Asalto - relato
- Daniel Rico
- 4 feb 2022
- 18 Min. de lectura
Observaba desde la colina. El viento racheado le golpeaba sin compasión, mientras que la oscuridad se había vuelto su fiel compañera. Aquella noche no había luna, lo cual le favorecía, ya que de ese modo sería mucho más difícil que alguien pudiera verlo, y necesitaba pasar desapercibido para lograr su objetivo. A un par de cientos de metros de donde se encontraba podían distinguirse una serie de luces, fogatas que iluminaban el inmundo campamento. Hacía días que seguía su pista y finalmente había logrado alcanzarlo. Una sonrisa irónica se dibujó en su cara mientras entrecerraba los ojos tratando de distinguir claramente la situación. Algo en su interior le decía que el final estaba cerca… muy cerca…
Sin apartar ni un solo instante la mirada de su objetivo, acarició con delicadeza una cinta negra anudada a su antebrazo durante unos instantes, antes de desatarla y ceñírsela en la frente, apartando los mechones de cabello rebelde que el viento insistía en sacudir frente a sus ojos. Se trataba de una apreciada prenda de su amada, el único recuerdo que conservaba de ella en realidad. Quería sentir su olor, pues aún conservaba restos del dulce aroma que desprendía su cuerpo, y su tacto sobre la piel para infundirse ánimos y reunir el valor necesario. Se permitió pensar en ella durante unos segundos, antes de que de nuevo su mente se cerrara ante toda emoción, ante cualquier distracción más allá de su objetivo. Con cuidado sacó el puñal de la vaina que colgaba en su cinturón y lo observó detenidamente. Su filo era impecable. Aún así pasó el dedo sobre su hoja para comprobarlo una vez más, y tras hacerlo observó como una fina línea negra aparecía en él. Era costumbre de su gente creer que aquel que derramaba la primera gota de sangre obtendría el favor de los dioses y éstos le infundirían fuerzas para derrotar a sus enemigos. A pesar de no ser creyente ni supersticioso, decidió que ningún daño podría hacerle invitar a las divinidades a interceder en su favor. Satisfecho guardó de nuevo el puñal y retornó la vista hacia el campamento. No tenía sentido seguir retrasándolo. Decidido inició el camino.
Avanzaba despacio, sin prisa. Su determinación era más dura que el acero que formaba la hoja de su daga, y sin embargo… no pudo evitar que su mente viajara lejos de su objetivo durante unos instantes. No fueron más que un puñado de segundos, pero en su cabeza volvió a revivir toda aquella pesadilla que le había llevado hacia aquel lugar. Vio de nuevo su pueblo de origen, aquél lugar donde él y su gente vivían en relativa paz. Se trataba de un lugar tranquilo, un pacífico poblado de labradores que nada entendían de política ni de los juegos del poder, que tan solo ansiaban vivir en paz junto a sus tierras y sus gentes, cuya mayor preocupación tendía a ser que el clima fuera favorable para sus cosechas, y la forma de evitar que las plagas y los parásitos pudieran terminar con ellas. Un lugar y una vida sencilla para un soldado que, tras años de servicio a las órdenes del trono, regresaba a su hogar para un merecido descanso, donde los problemas y confabulaciones de la ciudad parecían inmensamente lejanos. Para él, aquel lugar era un paraíso y la fuente de su determinación en la batalla. Tanto el rey como el reino podrían haberse ido al cuerno por lo que a él respectaba, pues había luchado por la paz de ese pueblo que acudía a sus sueños en las noches de campaña, que le daba fuerzas para luchar a pesar de las heridas y una razón para vivir otro día, aun cuando sus amigos caían en batalla ante sus ojos. Y, por supuesto, allí era donde se encontraba su amada, su razón de ser y de vivir, esperando su regreso cada día. Y allí la encontró cuando finalmente volvió. Pero aquellas imágenes se disolvieron en el aire como el humo ante la tenue brisa, devolviéndole a la cruda realidad. Su pueblo… aquellas maravillosas gentes… su gran amor… Ninguno de ellos continuaba en este mundo, se forzó a recordar mientras apretaba los dientes con fuerza. Era por ellos que hoy estaba aquí, arrastrándose por el suelo, cansado y magullado tras días de trepidante persecución, acercándose cada vez más a aquellas llamas que marcaban el linde del campamento.
Un ruido le sorprendió de pronto y por puro instinto se detuvo, apretándose tanto como pudo contra el suelo, tratando de que la misma hierba le ayudara a pasar desapercibido ante cualquier ojo indiscreto. Aguzó el oído cuanto pudo tratando de descubrir su origen. Ante él un pequeño animal que no pudo identificar pasó corriendo a toda velocidad, rozándole la cara con su suave pelaje antes de desaparecer de nuevo. Aquel contacto le recordó al cabello de su querida, que él acariciaba con cuidado y delicadeza cada vez que tenía oportunidad… Sacudió la cabeza con fuerza, tratando de apartar aquella idea. No era el momento de dejarse llevar por aquellos pensamientos. Pronto volvería junto a ella. Pronto podría volver a verla y acariciarla, pero había algo que debía hacer antes. Volvió a concentrarse en localizar el origen de aquel ruido, pero no lograba escuchar nada que le sirviera de indicación. Tras un tenso minuto decidió continuar arrastrándose en dirección al campamento. Ya podía ver con claridad el resplandor de las hogueras, por lo que sabía que pronto llegaría a la línea de guardia. No había podido verlos desde la distancia, pero estaba convencido de que habría guardias haciendo rondas por si alguien se atrevía a acercarse lo suficiente al campamento. Sin embargo, también sospechaba que embriagados por su número y su fuerza, estos guardas serían escasos. Lo justo para avisar al resto en el caso de que alguna fuerza tratara de enfrentarse a ellos, pero sin duda no los suficientes para impedir el paso a un hombre adiestrado en el combate y la infiltración. Los codos comenzaban a dolerle y se provocaba múltiples magulladuras en el cuerpo al arrastrarse sobre el suelo. Por un momento lamentó haberse deshecho de todas sus posesiones militares cuando regresó al pueblo. Una simple coraza de cuero le habría dado la suficiente protección para poder arrastrarse sin preocuparse por aquellas molestias. Notaba como algunas de las heridas comenzaban a sangrar y provocaban un leve pero constante dolor a cada metro que se arrastraba por el suelo, sin embargo, también notaba como aquel dolor le mantenía alerta y en tensión. Accedió finalmente a verlo como un compañero en su incursión en lugar de una molestia de la que lamentarse. De ese modo mantendría los sentidos alerta para poder continuar avanzando.
Finalmente, tras lo que pareció una eternidad, logró encontrarse lo suficientemente cerca de aquella línea de guardia. Se detuvo entre las sombras y alzó un poco la cabeza tratando de ver lo más posible sin delatar su posición. Estaba muy oscuro y la luz de las hogueras le deslumbraba, por lo que su campo de visión era limitado. Aun así, sí que lograba ver el resplandor de otros fuegos más allá, en el interior del campamento. Trataba de calcular la distancia que le separaba de las primeras tiendas cuando un movimiento hizo que volviera a pegarse al suelo. La precipitada reacción provocó que su cabeza se golpeara contra una piedra, por lo que tuvo que usar toda su fuerza de voluntad para no soltar un gruñido de queja por el repentino dolor. Contuvo la respiración, apretando con fuerza los dientes para mantener a raya aquel dolor, notando como un persistente zumbido se ensañaba con sus tímpanos. Dió gracias a poder haber reprimido aquel quejido de dolor cuando de pronto escuchó la voz de un hombre a unos pocos metros de distancia, pero por desgracia no lograba discernir lo que estaba diciendo. Tras unos segundos de espera, esforzando al máximo su oído mientras se recuperaba del golpe, llegó a la conclusión de que no le habían visto, pues de lo contrario lo más probable es que algún filo hubiera atravesado ya su cuerpo. Respiró profundamente tratando de calmar su agitado corazón y de nuevo se orientó. Justo frente a él se encontraba el campamento, pero también en esa dirección escuchaba la voz de aquel hombre, acompañada ahora por la de un segundo individuo. El hecho de que estuvieran hablando animadamente le convenía, eso indicaba que no estaban prestando atención a la guardia, y por lo tanto tendría una oportunidad de rebasarlos sin que fueran conscientes de su presencia. Manteniendo toda su atención sobre los guardas volvió a arrastrarse tratando de rodear el lugar donde se habían detenido a charlar. Seguía sin diferenciar sus palabras con claridad, pero tampoco creía que la conversación de dos guardias pudiera darle ninguna información importante. Avanzó unos cuantos metros más hasta rebasar la imaginaria línea que recorrerían los hombres en su guardia rodeando el campamento. Ya los había dejado atrás cuando de pronto logró distinguir una palabra en su conversación, un nombre. Concretamente fue el nombre de su aldea el que mencionaron antes de estallar en sendas carcajadas. Pudo sentir como todo su cuerpo se tensaba producto de la rabia y de una furia descontrolada, mientras su visión comenzaba a volverse borrosa y cerraba los ojos con fuerza ante el recuerdo de la masacre producida días atrás. Cuando volvió a abrir los ojos, o quizá sería mejor decir en el momento en que su mente volvió a recuperar el control, se encontró de pie junto a la hoguera, con dos cadáveres extendidos en el suelo a sus pies. Recordó como un neblinoso sueño el haberse acercado a ellos por la retaguardia y haber saltado de pronto sobre la espalda del primero, rajándole profundamente el cuello en un rápido movimiento de su daga para evitar que gritara y atravesando después con ella la garganta del segundo, penetrando su cuello bajo la nuez y ascendiendo con su filo hasta su cabeza antes de que el shock del repentino ataque le permitiera siquiera reaccionar. El segundo guarda murió al instante, pero el primero seguía luchando por llevar aire hacia sus pulmones, mientras soltaba espumarajos de sangre por su boca y trataba a toda costa de detener la sangre que surgía a borbotones de su cuello. No pudo evitar quedarse mirándolo un instante, pensando en un pez recién pescado, que se remueve en tierra tratando de volver a su elemento. Segundos después el hombre finalmente dejó de moverse. Con pausados movimientos observó alrededor. Por suerte no había nadie más cerca del lugar por lo que no le habían visto. Su intención inicial había sido infiltrarse sin heridos ni muertos, pero aquella explosión de furia había trastocado todo su plan. Si alguien hubiera estado presente, aquel habría sido el final de su incursión, pero ahora no debía pensar en ello, sino en la forma de ocultar su rastro. Cerca del lugar vio un pequeño montículo. No sería una solución duradera, pero podría situar los cuerpos al otro lado, de modo que al menos no pudieras verlos en un primer vistazo. Se agachó y arrancó la daga del cuello del guardia, pues allí había permanecido tras la mortal estocada. Limpió su filo contra las ropas del hombre con dos rápidos movimientos y a continuación procedió a arrastrar los cuerpos hacia el lugar. Debía darse prisa, pues su suerte no iba a ser eterna.
Una vez escondidos los cadáveres regresó su cuerpo a tierra y continuó avanzando hasta el campamento. Era consciente de que aquel desliz le había marcado un límite de tiempo. Por descuidados que fueran los guardas, más tarde o más temprano alguien notaría la falta de aquellos dos, y después de esto no tardarían demasiado en encontrar los cuerpos. Aquello suponía que debía darse prisa, por lo que volvió a iniciar su camino arrastrándose entre la hierba y dejando atrás la escena de su crimen. Durante el camino se cruzó con un par de guardas más, pero con paciencia y sigilo logró burlarlos sin problema. Procuró mantenerse lo suficientemente alejado de ellos para evitar otro ataque de rabia desmedida como el que había sufrido un momento antes. Podía haber tenido suerte una vez, pero no era sabio tentar a la fortuna inútilmente. Su objetivo estaba por encima de todo aquello.
Finalmente, tras mucha paciencia y heridas por todo su cuerpo, llegó al borde del campamento sin que nadie diera la alarma. Allí se detuvo agazapado, analizando la situación. A pocos metros de él un grupo de hombres se reunía alrededor de una fogata. Los observó fijamente, estudiandolos, hasta que su vista se fijó en las danzarinas llamas que representaban un hermoso e hipnótico baile entre ellos. Se adueñó de su voluntad, sin permitirle apartar de ellas la vista, hasta que poco a poco su forma se fue difuminando, perdiendo sentido ante su observador… y otra imagen fue cobrando forma poco a poco. De los maderos ennegrecidos surgieron paredes, tejados de paja, graneros y personas que corrían en todas direcciones. Lo único que permaneció inmutable fue la hermosa danza de las llamas, rojizas, ardientes y burlonas, que bailaban al son de la muerte, arrasando todo cuanto encontraban a su paso. Una vez más se encontraba en su aldea. Una vez más revivía el momento en que una vida pacífica y completa se había disuelto en tan solo grisáceas y negras cenizas que el viento se acabaría llevando. Tantas vidas segadas… las dulces sonrisas de los niños que un día antes correteaban sin preocupaciones entre el trigo y que un día después no serían más que pedazos de carne maltrecha, enterrados bajo una fina capa de tierra con flores sobre ella. Aunque… seguramente ni eso fuera posible. ¿Quién había quedado para llorarles y enterrarles?¿Quién visitará con flores su lugar de reposo? Ni siquiera eso habían dejado aquellas bestias. No hubo hombre, mujer o niño que se salvase de aquella masacre. Y todo aquello… ¿para qué? Tan solo se trataba de un pueblo de labradores, gente que no le hacía mal a nadie, que ni aunque quisiera podría resultar un obstáculo para un ejército como el que los había atacado en plena noche y los había aniquilado. No se merecían aquello. Los dioses sabían que no lo merecían. Cerró los ojos y apretó los dientes con fuerza. Le costaba un inmenso esfuerzo controlarse para no saltar sobre aquellas bestias que ahora reían y bebían alrededor del fuego, pero sabía que aún debía tener paciencia. Con eso en mente se arrastró silencioso alrededor de las tiendas dejando atrás al grupo.
Tardó poco tiempo en encontrar una tienda vacía en la que pudo encontrar ropajes. Lamentó no haber pensado antes en ese detalle, ya que habría podido utilizar la ropa de los guardias y así no tendría que arriesgarse ahora a ser descubierto robando esas prendas, pero aquello ya no tenía remedio. Tras mirar a su alrededor para cerciorarse de que nadie le veía, tomó la ropa y se vistió con ella rápidamente antes de abandonar de nuevo la tienda. Parecía que nadie le había visto entrar ni salir, por lo que ahora tocaba pasar a la parte más peligrosa del plan.
Lentamente se acercó a la fogata que antes había visto y tomó asiento junto al resto de individuos. Quería escucharlos y hacerse una idea de la distribución del campamento. Algunos le miraron al llegar, pero nadie le prestó la menor atención. Se trataba de un ejército, y era habitual que entre toda aquella gente no todos se conocieran. Además las ropas que había tomado prestadas le ayudarían a pasar desapercibido. Se mantuvo allí un tiempo aún, oyendo distraído las conversaciones de aquellos hombres. Algunos hablaban de sus correrías, de sus planes de futuro, pero la mayor parte recordaba con nostalgia su hogar. En un momento dado sintió incluso compasión por aquellos hombres, rememorando sus días de soldado. Sabía perfectamente lo que era estar alejado de tu hogar, de tu familia y amigos… aunque al pensar en aquello un nuevo fuego se encendió con fuerza en su interior. Su familia… sus amigos… Aquellos hombres eran quienes habían terminado con sus vidas… Apretó con fuerza los puños, clavando sus propias uñas en las palmas de sus manos, provocándose un dolor que le permitiera alejar sus pensamientos de aquellas ideas. De pronto, un golpe en el costado le sacó de su ensimismamiento. Confundido se puso en pie de un salto mientras su mano buscaba desesperada la daga de su costado. Pensaba llevarse por delante a tantos como pudiera antes de que acabaran con él.
-¿Estás bien? -oyó que le preguntaba el hombre que tenía delante con cara de completa sorpresa. Todos en el grupo se habían quedado callados y le miraban fijamente.
-¿Qué? -preguntó confundido sin terminar de comprender lo que ocurría.
-Solo preguntaba si querías un trago.
Se encontraba en pie, con los músculos tensos como las cuerdas de un arado tirado por bueyes y la mano sobre la empuñadura de su puñal. Tardó unos segundos en comprender la situación.
-Si, claro… -respondió finalmente volviendo a sentarse y tomando la botella que le ofrecía aquel hombre la inclinó, mojando sus labios, pero sin tragar nada del licor que le ofrecían. Era consciente de que todos continuaban mirándole, por lo que decidió tratar de actuar de la forma más natural posible, como si nada hubiera ocurrido. Trataba de pensar una excusa para su reacción lo más rápido que era capaz, pero por suerte la solución llegó por sí misma.
-¿Tu primera batalla? -le interrogó el hombre que le había dado la botella-. No te había visto antes por aquí.
-Si… perdona… -respondió tras devolverle la botella-. Estoy un poco alterado estos días…
Aquella respuesta provocó una inmensa carcajada por parte del resto del grupo.
-No te preocupes, novato -le dijo el hombre-. Todos hemos pasado por ello, aunque yo no lo iría contando por ahí si no quieres que se burlen de tí.
Le devolvió la sonrisa, temblando aún por la adrenalina que recorría sus venas. Por suerte aquello provocó que los hombres perdieran interés en él y volvieran a sus animadas charlas. Aquello había estado cerca… Sintiendo que se le acababa el tiempo se levantó mascullando una excusa y se alejó del fuego. Nadie se interesó por su marcha. A nadie le importaba
No había logrado ninguna información de aquel grupo, aunque tampoco era algo extraño teniendo en cuenta que evitaba interactuar con el resto de hombres. Recorrió el campamento con cuidado y sigilo, pues a pesar de que su disfraz había funcionado no quería llamar demasiado la atención, hasta que por fin encontró una tienda vigilada por varios guardias. Los observó desde las sombras. Se situaban prácticamente todo el tiempo ante la puerta de entrada y cada cierto tiempo una pareja patrullaba alrededor. Parecía que aquello iba a ser más complicado de lo que había pensado. Los observó hasta que comprendió la frecuencia con la que hacían la ronda alrededor de la tienda. Iba a tener el tiempo muy justo. Esperó a que comenzase la siguiente ronda y avanzó tras ellos. Cuando prácticamente habían dado toda la vuelta a la tienda fue cuando comenzó a trabajar. Sacó la daga y rajó la tela por la parte inferior, de modo que por su propio peso tapase la abertura. Pasó al interior y comprobó que la entrada quedaba lo suficientemente disimulada. Hasta ese momento todo iba bien. Alzó la vista y observó a su alrededor. Estaba tan oscuro que apenas veía nada, por lo que tuvo que esperar a que su vista se acostumbrara a la oscuridad. Tan solo esperaba que los guardas no viesen la abertura de la tienda. Cuando por fin logró ver lo suficiente observó que había entrado en la tienda adecuada. Allí tenían sus provisiones. Con cuidado fue inspeccionando lo que se encontraba hasta que por fin localizó las reservas de agua. Sacó un pequeño frasco de una bolsa que llevaba colgada al cinto. Abrió todos y cada uno de los barriles para verter un poco del contenido del frasco en todos ellos y luego los selló con cuidado con una sustancia que había conocido en su pueblo. Cuando se endureciera nadie podría distinguirla de la madera. Nadie sabría que esos barriles habían sido tocados. Finalmente terminó el proceso, y el frasco ya estaba vacío. Aun así decidió guardárselo de nuevo. No quería que sus enemigos pudieran sospechar nada. Se acercó de nuevo al lugar por el que había entrado y se tumbó en el suelo pacientemente. Pasaron varios minutos de silencio, pero finalmente escuchó lo que esperaba. Los pasos de los guardas que hacían la ronda. Cuando pasaron de largo espero unos segundos aun para después abrir solo un poco la abertura de la tela y observar fuera. Vio dos fogatas más a lo lejos, pero no había ni rastro de los guardas. Salió de la tienda y echó a caminar hacia otra de las fogatas donde tomó asiento junto a los integrantes de esta. Nuevamente la suerte le acompañaba y nadie le había visto ni sospechaba de él.
Analizó la situación. Había utilizado un veneno muy potente, pero de efecto lento en el agua. Dentro de un par de días todo el que bebiese de esos barriles estaría muerto. La misión estaba cumplida. Un buen soldado ahora habría buscado la manera de irse, pues habría ganado la batalla. Sin embargo, a él aún le quedaba algo más por hacer. Observó las llamas una vez más, viendo de nuevo la catástrofe ocurrida días atrás, recordando los hechos que le habían empujado a hacer aquello. En un momento de distracción de sus acompañantes arrojó el frasco que había contenido el veneno a las llamas de la hoguera. No quería tener junto a él ninguna prueba de lo que acababa de hacer, o quizá entonces no hubiese servido de nada. Aunque le atraparan, no sabrían nada del veneno.
Pasó un buen rato allí sentado, en silencio, envuelto en su manto. Varios de los hombres le ofrecieron vino y cerveza, pero él las rechazó con simples gestos. No alzó la vista en ningún momento, pues no quería mirar a los ojos de aquellos hombres. En realidad, para él ya no eran hombres. Eran bestias asesinas que debían ser exterminadas. Pero… ¿Acaso no lo era él también?¿No era aquella venganza la muestra de que no era mejor que ellos? Lo pensó durante un instante antes de decidir que aquello no era cierto. Él no iba a asesinarlos. Aquellos hombres ya estaban muertos. Habían muerto el día en que arrasaron su pueblo, pero aún no se habían dado cuenta. Pronto comprenderían que lo estaban. No pudo evitar que una retorcida sonrisa se dibujara en rostro mientras su mirada observaba embelesada las llamas de la hoguera.
Poco a poco el alcohol y el cansancio fue surtiendo su efecto, y los hombres fueron partiendo a sus tiendas, o quedándose dormidos sobre el suelo directamente. Era evidente que el momento estaba llegando, especialmente teniendo en cuenta que en cualquier instante podrían encontrar a los guardias muertos. Era un milagro que aún no se hubiera dado la alarma, aunque aquello demostraba la poca atención que estaban poniendo en la seguridad. De otro modo era probable que no hubiera podido llegar tan lejos. Sin más se puso en pie y se alejó del grupo sin que nadie le prestara atención una vez más.
Necesitaba localizar la tienda de su general, aunque aquello fue realmente sencillo. Casi desde cualquier punto del campamento podía verse una gran tienda ornamentada con metales grabados, cubierta de hermosas telas. Maldita prepotencia ignorante… Nunca había visto a un soldado presumir de ese modo tan poco práctico, aunque aquello le era conveniente, dado que así pudo encontrarla rápidamente. Con paso lento pero firme, se dirigió hacia ella. Saboreaba cada segundo… cada paso… cada ligera brisa que acariciaba su rostro… Nadie vigilaba la entrada de la tienda. Extraño, pero no del todo inesperado. Los hombres temían tanto a su general que ninguno osaría atacarle. Finalmente llegó ante la entrada y se detuvo. Tomó aire profundamente y lo mantuvo dentro de sus pulmones tratando de calmar de nuevo su agitado corazón, pero éste casi se le detuvo al escuchar un potente vozarrón surgir del interior de la tienda. Instintivamente se arrojó a un lado ocultándose en las sombras, pero nadie salió de la tienda. Sin embargo, la voz continuó. Poco a poco se fue relajando y recuperando su ritmo respiratorio normal. ¿Acaso en ese campamento nadie dormía? Se acercó a la entrada de la tienda y allí vio a aquel gigante que comandaba al resto de los hombres. Estaba de espaldas a él, y gesticulaba sin parar. Parecía enfadado, pero no lograba ver a nadie más dentro de la tienda. Parecía que hablaba solo. En silencio y escondido entre las sombras aprovechó para mirarle. Si, aquel era el hombre que había capitaneado la masacre de su pueblo. Sin embargo, no fue aquella imagen la que acudió a su cabeza al verlo. Sino que vislumbró una habitación de madera, donde su amada solía estar. Allí la vio tumbada sobre la mesa, gritando y arañando a todo cuanto tenía alrededor mientras aquella bestia la sujetaba, mientras la forzaba.... Cerró los ojos con fuerza, pero la imagen no desapareció por ello, tan solo cambió. Y entonces la vio muerta y sin vida sobre la mesa. Su ropa desgarrada estaba manchada con su propia sangre, sus brazos reposaban sobre la mesa sin vida ni fuerzas, sus labios entreabiertos y agrietados reposaban como si incluso cuando no tuvo más fuerzas hubiese querido seguir gritando y luchando, y sus ojos se hallaban perdidos en el infinito. Así fue como se encontraba cuando por fin la encontró al terminar el infierno provocado por aquel maldito ejército al cargar sobre su aldea. No podía apartar aquellas imágenes de su cabeza, y ni tan siquiera lo pretendía. Aquello alimentaba su odio, su rabia...
Cuando regresó a la realidad y volvió a ser consciente de donde estaba se encontró junto a la puerta de la tienda con la daga en la mano. No le molestó lo más mínimo esa pérdida de conciencia, pues ahora solo se hallaba a un paso de su objetivo final. Volvió a observar a aquel gigante. Realmente era una bestia con la que hubiese procurado no cruzarse en una batalla. Sin embargo, aquella no era una situación normal. No era una batalla. Era una venganza. Aspiró aire por la nariz, saboreando el sabor de aquel final. Puso en tensión todos sus músculos y sofocando un indescriptible ansia de gritar con todas sus fuerzas arremetió contra el enorme individuo en un furioso ataque que hubiera hecho apartarse incluso al más bravo guerrero. Pero si aquel hombre había llegado a tomar aquella posición, no había sido por casualidad. Habiendo escuchado, seguramente, a su agresor, tomó de un raudo movimiento una espada que se encontraba junto a él y con gran velocidad se giró, ensartando con su filo al atacante, que se quedó paralizado al notar el acero atravesar su vientre de forma tan sumamente inesperada. Durante un instante ambos se quedaron quietos, mirándose a los ojos. El gigante sonrió con malicia al saberse vencedor de ese atentado contra su vida, y el pobre hombre que tan solo ansiaba venganza notaba como su vida se escabullía entre la sangre que brotaba de la herida. Observó de nuevo la sonrisa de aquel demonio. Sonrisa que tembló y se desdibujó cuando vio como aquel hombre atravesado comenzaba a sonreír lentamente a su vez, sin apartar la mirada de sus ojos. Había algo con lo que no había contado, y era que aquel hombre que ahora atentaba contra su vida había sabido desde un principio que no abandonaría vivo aquel campamento. Con un último esfuerzo impulsó su brazo izquierdo para golpear al gigante. Éste, aun sujetando la espada con la mano derecha atrapó sin dificultad su brazo con la izquierda, recuperando la sonrisa al ver aquel burdo último intento. Pero su sonrisa se tiñó del rojo de su sangre cuando comprendió su error. La mano que sujetaba la daga era la derecha, y esta alcanzó su objetivo clavando su pequeño filo en el cuello de aquel hombre. Su mirada se volvió vidriosa mientras observaba a aquel que había sido capaz de llegar a invadir su propia tienda y asestar aquel golpe contra su vida. Ambos siguieron mirándose. El gigante ya sin vida. El hombre sintiendo como la suya se escapaba. Ambos cayeron, de rodillas primero, y al suelo después sin fuerzas, mientras sus ojos seguían observándose fijamente. Pero el gigante ya no veía a su asesino. La luz de sus ojos se había apagado. Y el hombre ya no veía al demonio que arruinó su vida. Fue en ese momento cuando fuera de la tienda sonó la alarma. Finalmente habían encontrado a los guardias muertos y el campamento comenzaba a movilizarse, pero ya no importaba. Ya era demasiado tarde. Oía todo el barullo, pero parecía lejano, como un sueño. Ante él, una dulce muchacha de negros cabellos le observaba con ansia en la mirada. Llevó su mano a su frente, tomando la negra cinta que sujetaba su cabello. Quería oler su aroma una última vez mientras la veía allí, ante él, tendiendo una mano mientras le llamaba. Sonrió con dulzura mientras sus últimas fuerzas se escapaban. Sujetó la cinta con fuerzas hasta que su mano fue incapaz de sujetarla y dejó que esta callera al suelo. Murió mirando a los ojos al gran verdugo, pero murió viendo a su amor por última vez.
留言