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Las cenizas de Ashtorm (2 primeros capitulos)

01 - EL JINETE


El bosque de Threll estaba oscuro y silencioso. Como siempre. Como tanto le gustaba. La luna parecía iluminarlo todo con un plateado destello que le incitaba a robar hasta las ramas del árbol en el que se encontraba subido. Un bosque de pura y maleable plata. El efecto era tan hermoso… que hacía parecer que hasta sus desgastados calzones marrones y su camisa que en algún momento de la historia tuvo un tono blanquecino brillasen como prendas de noble familia, y no como los harapos desgastados y amarillentos que vestía. Sin embargo, debía guardarse de aquellos pensamientos o le costarían días y semanas de maquiavélicas burlas por parte de sus compañeros. No había lugar para la belleza en la vida de un bandido. No había lugar para sentimientos. Tan sólo para una retorcida y cobarde inteligencia que les incitaba a apropiarse de todo cuanto pudiesen coger de sus víctimas. Tenía su encanto en el fondo. Siempre buscando una forma de tender emboscadas, de buscar a la presa más débil y adueñarse de sus objetos de valor, de sus provisiones, y, a veces, incluso de su propia vida. No era una mala forma de vivir si carecías de empatía y de conciencia. Vivir libre en los bosques. A él le encantaba el bosque. Aquellos altos árboles que cargaban en sus espaldas innumerables años de historia. Bajo su manto se habían producido grandes batallas, viles asesinatos, hermosos romances y divertidos juegos de infancia. Ellos siempre guardarían en secreto los hechos que habían presenciado, como silenciosos guardianes de la historia, eternos testigos de los actos de la humanidad.

Belthar, pues ese era el nombre del bandido, se sacudió la cabeza y apartó de los ojos su descuidado pelo castaño, tratando de exiliar el cansancio de su mente y que los rebeldes rizos se fueran de su campo de visión. Ya llevaba horas allí subido, haciendo guardia por si alguna víctima aparecía. Era un trabajo pesado, pero solamente le correspondía un par de noches en cada ciclo de la luna. Había escogido aquel lugar para esconderse porque parecía cómodo y ofrecía expectativas de unas vistas increíbles, además de dominar un viejo camino que algunos solían utilizar para atravesar el bosque. Sin embargo, parecía que aquella noche no tendrían suerte. El paisaje era impresionante, tal y como había sospechado, pero, a pesar de todo, su embriagadora presencia no hizo efecto más que durante un par de horas. Y la comodidad del lugar… digamos que en ocasiones las apariencias engañan, y sus posaderas estaban sufriendo su error. Con esfuerzo se puso en pie sobre la rama para reactivar la corriente sanguínea en sus glúteos que hormigueaban insistentemente casi carentes de sentido. Aunque no era especialmente alto, tampoco se le podía considerar un hombre pequeño, y aquello no era ninguna ventaja cuando estabas apostado en la copa de un árbol. Forcejeó con las ramas durante un momento para poder hacerse sitio e incorporarse por completo sin lastimarse la cabeza. Cuando por fin logró encontrar una postura adecuada, miró hacia atrás, donde uno de sus compañeros hacía también guardia tras unos arbustos. No alcanzaba a verlo, aunque le llegó ahogado el sonido de sus ronquidos. El muy imbécil se había quedado dormido. Belthar hizo una mueca de desaprobación mientras destapaba su bota de cuero y echaba un largo trago de cerveza. Después echó mano a su bolsa de la que sacó una pequeña piedrecita. Había recogido un puñado antes de subir, consciente de que las necesitaría. Con calmada puntería la lanzó contra el arbusto, y una serie de maldiciones y palabrotas le confirmaron que había dado en el blanco. Un segundo después su compañero asomó la cabeza fuera de aquel matojo mirándole fijamente. Era un veterano por lo que no abandonó su puesto ni le gritó maldiciendo, pero su mirada profería amenazas más terribles de las que podría lanzar su boca. Belthar le hizo un gesto de que estuviese atento y después lo vio desaparecer de nuevo entre los arbustos. Sin embargo, estaba seguro de que poco tiempo pasaría antes de volver a tener sus ronquidos como sonido de fondo.

Aquella breve diversión le había estimulado, pero ahora volvían los suaves sonidos de la noche, donde los pequeños insectos nocturnos ejercían su monótono cántico, y las luciérnagas hacían extraños dibujos en las tinieblas. Sacó su daga y comenzó a tallar un dibujo en la corteza del árbol. Quizá así mataría un poco el tiempo y, además, le había dado por pensar si en algún momento volverían a acampar por aquella zona. Uno de los inconvenientes de la vida del bandido es que no podían permanecer demasiado tiempo en el mismo lugar, pues de vez en cuando, el Rey mandaba patrullas a los bosques para capturarlos. Sin embargo, los soldados no se esforzaban demasiado en buscarlos, ni ellos tampoco en ocultarse. Simplemente permanecían un puñado de días en algún lugar y después se trasladaban unos kilómetros en la dirección que les indicara el viento. Los soldados conseguían unos días de descanso rural. El rey mostraba que se preocupaba por sus súbditos al enviar patrullas y los bandidos seguían ejerciendo su noble oficio tranquilamente y apoderándose de cuanto podían mientras procuraban evitar a los soldados. Todos salían beneficiados. Tan solo de vez en cuando, algún joven oficial con ganas de ascender se lo tomaba en serio y capturaba algún bandido para ejecutarlo en la plaza de la ciudad como castigo ejemplar, pero lo cierto es que la única función era la de hacer creer al pueblo que se intentaba poner remedio al problema del pillaje.

En una ocasión, el jefe de la banda a la que ahora pertenecía, había bebido más vino de la cuenta y alegremente habló con él a la luz de las llamas de la hoguera. Entre balbuceos y risas jactanciosas le contó que hacía tiempo, cuando era joven, se había despistado por el bosque con tan mala suerte que de pronto apareció en un claro donde estaban acampados los soldados del Rey. Se trataba de una patrulla de batida contra los bandidos, pero al parecer ellos habían decidido cazar unos jabalíes y montar una pequeña fiesta con unas tinajas de vino que habían conseguido llevarse a escondidas. Fueron unos segundos tensos mientras él y los soldados se miraron cara a cara, sin saber cuál estaría más confundido. Me contó cómo durante un instante analizó todas y cada una de sus posibilidades: echar a correr, atacar repentinamente para escapar entre la confusión, pedirles un poco de su vino antes de que le cargaran de cadenas… pero, lo último que se esperaba fue lo que ocurrió. Uno de los soldados, al cual no había visto, le pasó el brazo por los hombros provocándole un tremendo susto que hizo que se quedase paralizado, y chocó una enorme jarra de vino contra su pecho.

-Amigo, tienes dos opciones. Podemos matarte aquí y ahora y llevar tu cabeza como trofeo para el Rey, o bien puedes beber con nosotros y contarnos algunas historias para entretenernos.

No hay que añadir que según sus palabras aquella fue una noche para recordar. Bromas, bebida y viejas historias se intercambiaron entre los soldados y el bandido. Contaba que incluso algunos dijeron que le echarían de menos cuando llegó el momento de despedirse, y que su líder le suplicó que se uniera al ejército del Rey, ya que necesitaba hombres como él, pero que tuvo que rechazar la invitación educadamente. Después de aquello juró que se pasó al menos una semana sufriendo los efectos de la resaca, pero aquellos soldados le contaron cómo funcionaba todo el asunto de las batidas y cómo debía evitar las patrullas. Ni él quería ser atrapado, ni los soldados querían enfrentarse a una banda de bandidos, lo cual no les daría nada de provecho, y con un poco de mala suerte tal vez sí les ocasionara algunas bajas. Definitivamente parecía un buen pacto para todos. Y a pesar de que Belthar ponía en duda gran parte de la fantasiosa historia que aquel hombre le había contado, tenía que admitir que hasta la fecha su sistema había funcionado, y en ningún momento se habían tropezado con ningún soldado.

Belthar abandonó sus pensamientos y miró el tronco del árbol, donde había dejado marcado su nombre. Ni tan siquiera había sido consciente de ello. Sonrió pensando que quizá en algún tiempo volverían a establecerse por aquella zona del bosque y podría encontrar de nuevo aquel árbol donde había dejado su nombre. Claro que si lo encontraba sería una inequívoca señal de que debería buscarse otra rama sobre la que descansar. Su trasero se lo agradecería inmensamente.

De pronto, se sobresaltó cuando escuchó un ruido. Afinó el oído al máximo. Grillos e insectos chillaban con su interminable cántico. Algún murciélago volaba a lo lejos y vociferaba tratando de orientarse. Los ronquidos de su compañero habían vuelto a revivir. Sin embargo... había algo…. Ahí estaba otra vez. Sí, esta vez lo había oído claramente. El sonido ahogado de los cascos de un caballo al avanzar por el camino. Rápidamente arrojó otra piedra a su compañero, pero esta vez falló, por lo que hubo de repetir el intento. Acertó al tercer lanzamiento mientras rezaba que éste no hiciera demasiado ruido al despertarse. Escuchó un bufido antes de verlo salir de nuevo con odio brillando en sus ojos. Le hizo un gesto de silencio indicando que alguien se acercaba, algo que su compañero entendió rápidamente. Asintió y volvió a ocultarse entre los arbustos.

Belthar escudriñaba la oscuridad tratando de ver a su presa. Tras unos momentos que parecieron eternos, pudo ver que entre la oscuridad se dibujaba la silueta de un hombre a caballo. Avanzaba al paso, sin prisas aparentemente. Iba cubierto por un manto de cuero oscuro por lo que no podía ver ningún detalle de a quién se iban a enfrentar. Su silueta era bastante grande y parecía tener una ancha espalda, por lo que dedujo que se trataba de un hombre. Tras él no se veía a nadie, ni se escuchaba más ruido que el ligero y lento trote de sus cascos. Aparentemente iba solo, y parecía no tener ninguna prisa. Miró hacia su compañero, pero no podía verlo tras el matorral. Suponía que también lo habría visto. Probablemente entre los dos se valdrían para tomarlo por sorpresa y arrancarle sus pertenencias, pero la experiencia le había enseñado que, si dos personas podían hacer un trabajo, cinco podrían hacerlo más rápida y eficientemente. Esperó unos instantes más para comprobar que nadie aparecía en las sombras tras él, y después se llevó las manos a la boca e imitó el canto de un búho. Ese era el sonido convenido para indicar que se trataba de un solo individuo. Más adelante otros cuatro compañeros le cortarían el paso y ellos dos lo atacarían por la espalda rodeándolo para que no pudiese escapar y superándolo ampliamente en número. A pesar de todo, le intrigaba por qué alguien viajaría solo y tan despacio a esas horas de la noche. Esforzó la vista tratando de atravesar las penumbras del manto, pero nada, no había forma de poder distinguir nada.

Poco a poco el hombre del caballo se fue acercando, cada vez más, hasta que se situó bajo el árbol en el que Belthar estaba escondido. Allí se detuvo. No hizo ningún gesto, ni miró alrededor, ni mucho menos hacia arriba para alivio del bandido. Simplemente hizo detenerse a su caballo y permaneció allí quieto. Belthar pensó por un momento que había sido descubierto y cogió su cuchillo, listo para saltar sobre él y acabar con su vida sin darle la menor oportunidad de defenderse. Sin embargo, cuando ya estaba prácticamente decidido a saltar, el hombre simplemente continuó avanzando. Sólo entonces fue consciente de que había estado conteniendo el aliento, y poco a poco soltó el aire de sus pulmones para renovarlo por el fresco y aromático aire nocturno. Notaba su corazón galopando en su pecho. No estaba seguro de por qué, pero ese tipo le ponía nervioso. Como a un novato. Algo le olía mal en todo aquel asunto.

Lentamente el jinete continuó avanzando hasta que desapareció de la vista en un recodo del camino. Únicamente entonces Belthar bajó del árbol de un salto hacia el camino, donde se reunió con su compañero que había abandonado el refugio del arbusto. Con un par de miradas se entendieron entre ellos y avanzaron tras el jinete, ocultos tras los matorrales y los árboles a ambos lados. No habían avanzado mucho cuando escucharon voces.

- Bien, amigo. Hagamos esto rápido y limpio. Danos todo lo que tienes y no sufrirás ningún daño. Compórtate como un idiota e igualmente nos quedaremos con todas tus pertenencias, pero además estarás muerto. ¿Qué decides?

El que hablaba era uno de sus compañeros. Tres de ellos habían salido al camino cortándole el paso, por lo que el jinete se había detenido completamente. Belthar y su acompañante salieron también al descubierto situándose tras él para cortarle la huida. Todos ellos mostraban sus armas. Si el jinete colaboraba nadie tendría por qué salir herido. A pesar de todo, aquel hombre permanecía quieto, oculto bajo su oscuro manto, lo cual ponía nerviosos a los bandidos que no podían ver su rostro y por lo tanto no sabían si su intimidación había surtido efecto. Pasaron unos segundos de tenso silencio, roto tan solo por los bufidos del caballo que parecía un poco alterado ante tal situación. Uno de los bandidos se acercó al animal para cogerle de las riendas.

- ¿Y bien? – insistió el bandido que había hablado.

- Apartaos de mi camino y mañana seguiréis respirando –sonó una voz bajo el oscuro manto. Sonaba cansada y monótona, pero firme y fuerte. Los bandidos se miraron unos a otros, confundidos durante un segundo, antes de estallar en fuertes carcajadas. El cabecilla iba a volver a hablar cuando, de pronto, un plateado reflejo surgió del manto y el bandido que se había acercado al caballo y sujetaba sus riendas cayó al suelo de rodillas y gritando mientras se sujetaba el brazo y observaba el lugar donde hacía un momento había estado su mano. Esta cayó sobre el suelo a un metro de distancia. El manto del hombre voló sobre otro de los bandidos, cubriéndolo y confundiéndolo, mientras saltaba del caballo y cogía por el pecho al líder de la banda, al tiempo que apoyaba el filo de su espada contra su cuello. Al otro lado de la hoja, y tomado completamente por sorpresa, el bandido le miraba tartamudeando incoherencias-. O podéis quedaros y alimentar con vuestros restos a los cuervos. A mí me es indiferente.

Durante unos instantes el tiempo se detuvo. El hombre que había perdido la mano estaba en shock, mirándose el muñón. El que había sido presa del manto se había deshecho de él y observaba al extraño con los ojos entrecerrados. El cabecilla estaba paralizado por el miedo y la sorpresa de encontrarse de pronto con una filosa espada en su cuello. El cuarto hombre, que había permanecido oculto en la espesura, se acercaba lentamente tratando de tomar la espalda del jinete, y Belthar y su compañero se acercaban poco a poco tratando de limitar sus movimientos.

-En fin, vosotros lo habéis querido… –dijo el extraño. De un tajo abrió la garganta del cabecilla, que cayó al suelo de rodillas tratando inútilmente de detener la hemorragia mientras la vida se escapaba entre sus dedos, y con un golpe de la empuñadura de la espada se quitó de encima al bandido que trataba de tomarle la espalda. Saltó hacia a un lado para evitar al que había caído bajo el manto, y le propinó una patada en el estómago que le dejó sin aire durante unos instantes. Belthar saltó sobre él, pero el hombre extendió un brazo en su dirección. El bandido cerró los ojos sabiéndose muerto al haber sido descubierto. Sin embargo, durante un segundo no ocurrió nada. Sorprendido abrió los ojos y se encontró con la palma del hombre a breves centímetros de su cara.

-Mierda –dijo éste con un gesto de rabia antes de propinarle un puñetazo con la guarda de su espada. Después, todo fue oscuridad para el bandido.


Poco a poco Belthar fue recuperando el sentido. Le dolía la cabeza y las sienes le latían como si fuesen a explotar en cualquier momento. Sin embargo, su instinto le instó a permanecer aún con los ojos cerrados. Afinó el oído. Escuchó pasos a su alrededor y unos golpes como de madera contra madera. Había alguien a su lado sin duda. Con cuidado abrió los ojos. Se encontraba tumbado sobre el suelo en un claro del bosque. Aún era de noche y junto a él se encontraba el jinete. Volvía a tener su manto, pero ahora tenía la cabeza descubierta, por lo que pudo ver sus oscuros cabellos largos y sus penetrantes ojos azules fijos en un montón de madera que parecía haber acumulado para una hoguera. Tenía una mano extendida hacia él, como si quisiera coger uno de los leños, pero estuviera indeciso. Unos segundos después se incorporó con gesto frustrado y lanzó una maldición. Agitó con rabia los brazos mientras lo hacía y de pronto una pequeña explosión surgió en el suelo a su lado, haciendo crecer las llamas sobre un pequeño montón de ramas que había allí. El hombre miró el fuego atentamente durante unos segundos. Parecía frustrado. Finalmente, se agachó para recoger las ramillas que ardían y las introdujo con cuidado en la hoguera. Esperó paciente a que el fuego comenzase a devorar la madera antes de sentarse en el suelo sin apartar la vista de las llamas.

- ¿Vas a seguir haciéndote el dormido durante mucho tiempo? -dijo tras un rato de silencio. Belthar no sabía cómo reaccionar, por lo que permaneció quieto mientras le miraba-. Vamos, acércate al fuego, hace frío.

Lentamente y en silencio el bandido comenzó a moverse y se puso en pie. Miró a su alrededor. El caballo se encontraba atado a un árbol cerca de donde estaban. Llevaba un par de alforjas con las cosas del jinete. Sobre el suelo había un par de mantas junto a aquel hombre tan extraño, y una funda con su espada. Observó como las cosas parecían haber sido dejadas allí descuidadamente, pero, todos y cada uno de los instrumentos, estaban al alcance de su mano mientras se encontraba sentado tranquilamente mirando fijamente al fuego.

- ¿Cómo… cómo lo has hecho?

Aquel hombre le miró durante un segundo antes de retornar su vista al fuego.

- ¿A qué te refieres?

- El fuego. La hoguera. Se ha encendido solo.

- Sí… eso parece…

- ¿Eres un mago?

De nuevo aquella mirada penetrante que le atravesó de lado a lado, tan solo unos segundos, antes de retornar al fuego.

- ¿Hace mucho que te dedicas a robar?

- ¿Robar? Yo no soy ningún ladrón.

El instinto de Belthar actuó antes que su pensamiento. Inmediatamente después, mientras observaba la mirada de su acompañante, se arrepintió de lo dicho y decidió rectificar.

-Hace ya algunos años. Antes era granjero, pero el mal tiempo y los sangrantes impuestos del Rey nos mataban de hambre. Mi mujer y mis hijas…

-No me interesan tus miserias.

Las palabras de aquel hombre le cortaron secamente. Temeroso de su reacción se quedó en silencio esperando a que su interlocutor hablase. Sin embargo, no lo hizo, sino que permaneció mirando las llamas de la pequeña hoguera que poco a poco iban cobrando fuerza e impregnándolos de su calor. Finalmente, tras unos minutos de silencio, decidió hacer la temida pregunta:

- ¿Mis compañeros…?

El hombre le miró algo distraído antes de responder.

- Dos muertos y uno ha perdido una mano. No debisteis atacarme.

- ¿Y yo...?

- Sí... ¿Cuál es tu nombre?

- Mis amigos me llaman Belthar.

- Belthar… Verás, no tenía nada contra vosotros, pero os metisteis en mi camino. Y tú… creo que podrías ser de ayuda.

Un incómodo silencio se mantuvo durante unos segundos. El bandido le miraba sin atreverse a mover ni un solo músculo.

- Me han robado algo -dijo el hombre finalmente mientras se ponía en pie y continuaba mirando el fuego fijamente-. Se trata de una espada. Por desgracia, no conozco este lugar y no sé cómo moverme por estos lares, así que necesito tu ayuda para localizarla.

Tras estas palabras miró fijamente a Belthar, el cual estaba realmente sorprendido ante aquella afirmación. No terminaba de creerse que aquel tipo le mantuviese con vida solo para ayudarle a encontrar una espada.

- ¿Una espada? ¿Solamente es eso? Puedo presentarte a los mejores herreros del lugar. Si te diriges al este de Threll llegarás a Barnil. Una vez allí, si vas a ver a Götim y le dices que vienes de mi parte incluso te hará un buen descuento. Es un herrero fantástico y hace trabajos muy finos. También está Erbag. Pero, si tratas con él, es mejor que no le menciones mi nombre. Verás, tuvimos hace tiempo….

- Deja de decir estupideces -volvió a cortarle aquel hombre-. No quiero tratar con ningún herrerillo de medio pelo.

- Pero… ¿cómo esperas que encontremos una espada? Habrá cientos de espadas rondando por ahí. Los bandidos ni nos molestamos en robarlas salvo que tengan alguna joya incrustada… espera… ¿tiene joyas o algo por el estilo? ¿Se trata de eso?

- No te preocupes por la cantidad de espadas que haya. Esta espada es única y seguro que cualquiera que la haya visto la recordará. Tanto su hoja como su empuñadura son negras.

- ¿Negras?

- Así es. ¿Puedes ayudarme?

- Una espada negra… pero… ¿de qué metal…?

- Eso no importa. Dime, ¿puedes ayudarme a encontrarla?

Aquella noticia había llamado la atención de Belthar. Una espada negra. ¿Sería un recuerdo de familia o algo así? ¿Tal vez habían teñido de alguna forma el metal para que tuviese ese color? ¿O quizá, tal y como parecía, se trataba de una espada especial y única? Si ese era el caso… seguramente valiese una pequeña fortuna. Y con esas características puede que no fuera difícil seguirle la pista por los bajos fondos. Nunca había visto una espada así, y no creía que nadie la hubiese visto antes, por lo que sería llamativa. Tras unos segundos considerándolo se decidió a responder.

- ¿Y qué sacaría yo de todo esto?

- Sigues vivo.

La mirada que el hombre le lanzó al decir aquello le intimidó durante unos segundos. Sin embargo, como buen bandido, supo reconocer su posición ventajosa.

- Sí, y tú sigues sin tu espada, y eso no cambiará si me matas. En cambio, yo conozco a varias de las bandas de la zona, y sé moverme por los bajos fondos de la ciudad. Como has dicho, la espada es muy llamativa, así que podría seguirle la pista con un poco de suerte. Esa gente es muy desconfiada y nunca ayudarían a un desconocido como tú. Es más probable que te llevasen a un oscuro callejón y te apuñalaran para llevarse cualquier cosa que tengas de valor antes que decirte lo más mínimo.

La mirada que le atravesaba no cambio ni un ápice durante un tiempo que a Belthar le pareció una eternidad. Comenzaba a sospechar que se había equivocado al reafirmar su posición ante aquel hombre, y ya empezaba a buscar palabras de disculpa cuando, de pronto, su acompañante le dio la espalda y dirigió sus pasos hacia el caballo. Tras unos instantes regresó y le arrojó algo que atrapó en el aire. Cuando lo vio, sus ojos se abrieron desmesuradamente y su boca se desencajó de asombro. Era una piedra preciosa. Una esmeralda de tamaño suficiente para comprarse un pequeño terreno.

-Si aceptas tendrás esa esmeralda como adelanto. Ayúdame y dependiendo de lo útil que me seas recibirás más.

-Está claro que soy tu hombre, jefe.

-Bien, ahora duerme. Mañana iremos a la ciudad. Me he tomado la molestia de coger prestado uno de los caballos de tus amigos para ti.

De nuevo se sentó junto a la hoguera mirando las llamas.

- Por cierto… -comenzó a hablar con un tono de duda.

- Belthar -completó el bandido deduciendo que trataba de recordar su nombre. La mirada de su acompañante le confirmó que estaba en lo cierto.

- Belthar... Tengo el sueño muy ligero. Intenta atacarme, o intenta huir con esa piedra en la noche y desearás que te hubiera matado en el bosque.

-Lo entiendo… no tendrás que preocuparte por mí -respondió con una sonrisa ante la perspectiva de su recompensa y sin lograr apartar la mirada de la piedra que tenía en la mano, como si temiera que de pronto se desvaneciera en el aire. Ni de lejos se le ocurriría huir ante la idea de conseguir un puñado de piedras preciosas. Quizá así podría abandonar aquella vida, volver a comprar su granja… Tan emocionado estaba que cogió su bota de cerveza del cinturón y se la ofreció a su compañero.

-Es costumbre entre nosotros sellar los pactos con un trago de vino, sin embargo, este bandido sólo bebe cerveza.

-Yo no bebo.

-Oh, vamos, no te va a hacer daño, y sería una desconsideración -dijo mientras le lanzaba la bota. El hombre la cogió sorprendido por el acto tan repentino. La expectativa de riquezas había animado a Belthar y había olvidado sus anteriores temores-. Tú bebe por tu espada, y yo beberé por tus piedras. Este será nuestro trato.

Tras una dubitativa mirada el hombre inclinó la bota y dio un largo trago de cerveza. Después se la alcanzó al bandido que hizo lo propio sin que la sonrisa abandonase su cara.

-Por cierto, amigo, ¿cómo debo llamarte? Lo de “señor” me resulta un tanto bochornoso.

Una última mirada desafiante atravesó al bandido, antes de parecer rendirse ante la evidencia de que necesitaba a aquel individuo.

-Mi nombre es Laedris. Ahora duérmete. Mañana tenemos mucho que hacer.

Y así ambos se tumbaron junto a la ahora moribunda hoguera. Una extraña alianza había comenzado en aquel claro del bosque.




02 LA ESPADA


Era una noche tranquila. Las oscuras aguas de aquel solitario lago estaban totalmente en calma, tanto que parecía no haber ni un minúsculo atisbo de vida en ellas. Ni un pez, ni tan siquiera un insecto provocaba que se produjese alguna leve onda con sus movimientos. Una pequeña loba blanca contemplaba pasivamente aquellas negras aguas. Sentada sobre sus cuartos traseros, sus ojos apuntaban al agua como si pudiera ver a través de ella, como si observase distraídamente lo que las aguas ocultaban en lo más profundo del lago. Era un animal joven y menudo, que apenas había dejado de ser un cachorro. Una suave brisa acariciaba su largo pelaje blanco sin que apenas fuera consciente de ello. Era una estampa hermosa. Llena de paz, de quietud y de sosiego. Nada perturbaba aquel paraje inhóspito y recóndito. Demasiada calma. Demasiado silencio…

Trista giró su cabeza en busca de algo. Un animal, un humano, un trasgo, un ruido… cualquier cosa que se enfrentara a la tremenda quietud que la rodeaba. Nada. Todo seguía igual. Sola. ¿Desde cuándo estaba allí, esperando? ¿Minutos? ¿Horas? La loba se incorporó y estiró sus patas delanteras como si acabara de levantarse de una larga y placentera siesta. Agradeció por un momento poder estirar sus músculos ya que el aburrimiento estaba haciendo mella en ella. De nuevo se sentó sobre sus cuartos traseros y lanzó un largo suspiro…

De pronto, algo salió de las profundidades del lago y voló hacia la loba, perturbando la tranquilidad que hasta aquel momento había reinado en aquel lugar. Esta, sorprendida, dio un pequeño salto hacia atrás evitando que aquello le golpeara, y miró el objeto que acababa de aterrizar donde se encontraba apenas un segundo antes. Se trataba de una espada. Estaba guardada en una rudimentaria vaina y tenía una empuñadura totalmente negra…

<< ¿Así que esto era lo que estaban buscando?>> pareció preguntarse mientras empezaba a olfatearla con curiosidad. No parecía tener nada especial. Había visto a miles de humanos con miles de espadas. ¿No hubiera sido más fácil quitársela a alguno que venir a sumergirse en lo profundo de aquel lago?

Trista se puso en guardia cuando notó nuevos ruidos desde el lago. Las aguas se movieron por un instante y el pelo del lomo de la loba se erizó, atenta ante el posible peligro. Durante un instante mostró los dientes mientras un ligero y ahogado gruñido surgía de sus fauces. Sin embargo, no tardó en ahogar ese gruñido y convertirlo en un amistoso ladrido cuando por fin vio salir a su amiga a la superficie. Lyra tomó una gran bocanada de aire fresco, pero de pronto se atragantó y comenzó a toser. Había buceado demasiado tiempo sin poder respirar hasta llegar al fondo de aquel lago donde por fin había encontrado la espada que le acababa de arrojar a la loba. Bocanada a bocanada, el aire inundó por completo sus pulmones y le devolvió parte de la fuerza que había perdido en su aventura subacuática. Lyra era su compañera de viaje. Una muchacha joven, que parecía no tener más de dieciséis años, aunque ni ella misma estaba segura de su propia edad. A simple vista parecía una elfa, pues tenía rasgos de la belleza de aquella raza, así como sus características orejas acabadas en punta, también típicas en la raza de los elfos. A pesar de ello, la fuerza que desprendían sus ojos verdes y su gran fortaleza física, demostraban que se trataba de una mestiza, pues la sangre de otra raza también corría por sus venas.

- ¡Trista! – le gritó en cuanto pudo recuperar el habla -. ¡Cógela y apártala de la orilla! ¡Apártala! Me persigue un…

Pero antes de que pudiera terminar de hablar, las negras aguas del lago parecieron tragársela de nuevo, dejando tras el repentino chapoteo un silencio de lo más inquietante. Trista ladró varias veces por la sorpresa. Por un momento olvidó por completo aquel extraño objeto y flexionó todos sus músculos, dispuesta a arrojarse al agua en busca de su amiga, pero finalmente decidió obedecer sus instrucciones. Preocupada tomó la espada entre sus fauces y la apartó de la orilla alejándola hasta esconderla entre unas rocas cerca de la ladera. Después regresó corriendo y empezó a gruñirle a las aguas esperando sin miedo para enfrentarse contra quien moraba en ellas. Estaba pasando demasiado tiempo. No veía nada sobre la superficie del agua. Debía hacer algo…

Dio un paso atrás para tomar impulso, pero cuando por fin iba a arrojarse al agua para ayudar a Lyra, esta apareció de nuevo, pero no estaba sola en esta ocasión. Una inmensa serpiente negra salió también parcialmente a la superficie. Tenía agarrada a la muchacha por una de sus piernas aprisionándola con su cola y la joven colgaba boca abajo suspendida en el aire. Trista estaba preparada para atacar. Su hocico se arrugó mientras contraía todos y cada uno de sus músculos, mostrando sus afilados dientes a la criatura que tenía delante, retándola... Aunque pretendía asustar a su oponente para obtener alguna ventaja psicológica, por desgracia, su corta edad le daba un aspecto bastante alejado de lo que se espera de un fiero lobo de los bosques. Sin embargo, cualquiera que se confiase por su agradable aspecto, estaría cometiendo un grave error. Observaba a su rival. No había dudas en su mirada. Estaba lista para atacar y pelear a muerte.

- ¡No, Trista! ¡Quieta! ¡Es un kelpie!

La loba entendió y obedeció a la semielfa. No se abalanzó contra su enemigo tal y como hubiese querido, pero siguió desafiándolo. Tenían que ser rápidas y astutas para poder escapar de aquel ser. Ambas conocían la leyenda de los kelpies. Espíritus de agua, capaces de cambiar su imagen a voluntad. Aunque siempre se los retrataba adoptando la forma de un terrible caballo, alto y de fogosos ojos, cuyas crines tenían entrelazadas algas que le daban un aspecto peculiar, y que conducían hasta lo más profundo de los lagos o los ríos que habitaban a aquellos que osaban montarlos. Sin embargo, nunca habían oído hablar de un Kelpie que se convirtiese en una enorme serpiente. Seguramente aquel era un kelpie muy poderoso. O puede que las leyendas fueran solo leyendas.

-Devuélveme lo que me has robado – siseó la gigantesca serpiente –, o te arrastraré hasta lo más profundo de estas aguas y tu espíritu vagará por siempre, atrapado junto con las demás almas que moran en ellas.

-Pero si sólo es una vieja espada. No he tocado ninguno de los tesoros que guardas en tu guarida. ¿Para qué necesitas tú una espada? – le preguntó la semielfa para ganar tiempo mientras su mente pensaba en cómo salir de aquella situación inesperada. La enorme serpiente siseó con impaciencia mientras acercaba a la joven frente a su rostro. Lyra agitaba los brazos de forma desesperada tratando de soltarse. De pronto, se vio frente a frente con el Kelpie. En ese momento se mordió el labio inferior con frustración. Extendió ambos brazos en su dirección y con determinación fue retrayendo el brazo derecho mientras que el izquierdo permanecía extendido. Un extraño brillo surgió de sus manos, mientras en el aire se dibujaba la forma de un flameante arco que destellaba con dorados reflejos, y también de la nada una flecha apareció en él. El monstruo no pudo reaccionar antes de que la muchacha soltara la flecha, aunque ésta rebotó contra su piel y cayó al agua sin hacerle ni el más mínimo arañazo. Aun así, la sorpresa tuvo efecto sobre el Kelpie que durante un segundo aflojó su presa. Eso era cuanto necesitaba Lyra. Pateó la cola de la bestia con la pierna que tenía libre, y logró liberarse cayendo al agua y comenzando a nadar hacia la orilla como si estuviera poseída.

La joven semielfa tenía una habilidad nada común. Cuando ella lo deseaba aquel fabuloso arco se materializaba de la nada en sus manos, y así mismo podía crear cuantas flechas quisiera, o quizá sería más apropiado decir que tantas como soportara, ya que tanto el arco como las flechas se alimentaban de una parte de su fuerza vital. Aquella sorprendente habilidad la había ayudado muchas veces a sobrevivir en un mundo infestado de monstruos y seres malvados que no veían con buenos ojos a una pequeña mestiza de aspecto inocente.

- Ningún arma de este mundo puede dañarme, maldita mocosa – bramó la serpiente mientras Lyra alcanzaba finalmente la orilla –. Pero ya que insistes… deja que robe tu alma antes de recuperar mi espada. No puede andar lejos.

- Espera, espera… tampoco es para tanto, sólo es una espada… - intentó convencerle de nuevo mientras trataba de recuperar el aliento y apartaba con dificultad sus largos cabellos negros de la cara, pues con tanto forcejeo su pelo se había soltado por completo. Finalmente se irguió en la orilla enfrentando a su enemigo mientras el agua caía de sus ropajes verdes oscuro –. He dejado tu oro y todo lo demás allá abajo.

El Kelpie la miró con ferocidad, dejando claro que las palabras de aquella joven no le convencían lo más mínimo, y que no estaba dispuesto a renunciar a su espada. Además, el hecho de que una mortal hubiera podido adentrarse en sus dominios y robarle sin que se diese cuenta, probablemente aumentaba infinitamente su ya de por sí inmensa rabia. Serpenteó en el agua dispuesto a sumergirse para preparar su ataque, pero antes de que pudiera hacerlo, se alzó en el aire como por arte de magia y quedó flotando encima de las oscuras aguas del lago. De nuevo fue cogido por sorpresa, pues nunca antes nadie había osado enfrentarse a él. El kelpie se zarandeaba desesperadamente intentando deshacerse de aquello que lo estaba inmovilizando en el aire.

- ¡Ahora Lyra! – Gritó una voz temblorosa desde la orilla -. ¡Antes de que se libere!

De nuevo, la semielfa hizo aparecer el arco en sus manos, y con una mirada penetrante y expresión realmente seria en su cara disparó una flecha a su enemigo. En esta ocasión sí que surgió efecto, pues, aunque rebotó al igual que la anterior sin adentrarse en su carne, una herida apareció en su rostro y un aterrador grito de dolor surgió de sus fauces helando la sangre de todos los que se encontraban en su presencia. La magia del kelpie mermaba cuando éste salía del agua y perdía el contacto con aquel elemento. Sin embargo, la herida no era mortal, sino todo lo contrario. La mirada que dirigió hacia la semielfa denotaba que lo único que había conseguido era aumentar aún más si era posible su rabia.

- Será mejor que salgamos rápidamente de este lugar.

Tahil, pues así se llamaba el pequeño mago de ojos castaños y cabellos del mismo color que había acudido en su ayuda, había estado junto a Lyra en la búsqueda de aquel objeto mágico que resultó ser una espada. Era un aprendiz de mago algo torpe y descuidado, tanto en su físico como en su magia. También era bastante joven, aunque aparentemente mayor que ella. Era un hombrecillo flacucho y escuálido que se ayudaba de un bastón para realizar sus escasos conjuros, casi todos relacionados con la levitación, pero aquella vez les había resultado útil. Tal y como se había imaginado, al sacar el kelpie del agua éste había perdido el poder y les había dado la oportunidad de escapar.

-Creo que deberíamos correr – exclamó Tahil mientras se daba la vuelta rápidamente dispuesto a seguir su propio consejo y dejando caer al Kelpie en el proceso. Trista, que no había podido participar en la batalla con tan curioso enemigo, había cogido nuevamente la espada entre sus dientes y se la acercó a su amiga arrastrándola con algo de dificultad, pues la espada era más grande de lo que ella podría manejar y no podía llevarla cómodamente. Lyra la cogió con un rápido movimiento y aprovechó las correas de cuero para ajustarla a su espalda como pudo, mientras ambas comenzaban a correr tras el pequeño mago que ya había iniciado una estrepitosa huida hacia el punto más alejado posible de aquel lago que parecía estar encantado.

La enorme serpiente desapareció engullida por las aguas, que en protesta saltaron por los aires ante el repentino cuerpo que invadía su superficie, pero, antes incluso de que las aguas volvieran a la superficie, surgió del lago un terrible caballo negro de ojos rojos que refulgían furiosos. El Kelpie había cambiado su forma y comenzó a perseguirlos mientras relinchaba y galopaba con una furia imparable.

La oscuridad de la noche apenas les dejaba ver el camino. Y lo que era peor, ya no había ningún camino bajo sus pies. Sin darse cuenta se iban adentrando más y más en aquel espeso bosque, si es que en realidad podían adentrarse aún más…

-Vamos Tahil, no te quedes atrás – le apresuró Lyra al ver que el aprendiz de mago se iba quedando rezagado.

-Yo ya dije que era una mala idea meterse en aquel lago – se quejaba entre jadeos mientras se apresuraba a correr tan aprisa como sus cortas piernas le permitían. Vestía unas calzas de cuero y una túnica corta de color negro que no estaban pensados precisamente para moverse con velocidad, lo cual, sumado a su torpeza natural, convertían aquella carrera en algo de lo más caricaturesco.

-La culpa ha sido tuya, tenías que haber previsto que habría un kelpie en él.

-Te lanzaste al agua sin dejarme estudiar la situación.

Lyra le sacó la lengua en señal de burla mientras le mostraba una media sonrisa. Observó a Tahil durante un segundo mientras corrían. En realidad, era muy torpe. Era un joven muy enclenque y blanquecino. Parecía que estuviese continuamente enfermo. Vestía de negro, como los grandes magos oscuros, y portaba siempre su bastón colgado del cinturón, pues su magia era muy pobre y precisaba siempre de un objeto mágico para formular algún conjuro.

De pronto Trista se paró, haciendo que Lyra también se detuviese para no tropezar con ella. Ninguna lo dudó cuando vieron lo que se cruzaba en su camino y cambiaron la dirección topándose de cara con Tahil, que aún corría tras ellas.

- ¿Qué pasa? ¿Qué…?

Un riachuelo se interponía frente a él. Un riachuelo con agua suficiente para otorgarle más fuerza a su perseguidor.

-Ay, ¡madre mía! – exclamó el mago muy asustado. Tahil cambió también el rumbo como pudo, pero había perdido a su amiga. Desesperado empezó a correr buscándola, pero apenas veía nada en aquel bosque tan frondoso al que no entraba ni un solo rayo de luz de la luna. Lyra era muy rápida y ágil en comparación con él y ya le debía llevar mucha ventaja en su huida. Tahil estaba asustado. En su cabeza veía una y otra vez como al cambiar de dirección había comenzado a correr directamente hacia el kelpie que los perseguía. Casi sin pensarlo se detuvo y juntó sus temblorosas manos como si fuese a rezar mientras sostenía su bastón entre ellas y jadeaba sin parar. En unos segundos empezó a elevarse del suelo, pero el continuo temblor de sus sudorosas manos provocó que el bastón se le resbalara, y junto a él cayó al suelo. Con la respiración entrecortada manoteó el suelo en todas direcciones buscando el bastón mientras echaba la vista atrás, esperando ver aparecer en cualquier momento a su monstruoso perseguidor, hasta que finalmente dio con él. De rodillas en el suelo cerró los ojos mientras cogía el bastón con todas sus fuerzas y comenzó a susurrar una torpe letanía. El miedo atenazaba su lengua y su cabeza no pensaba con claridad, por lo que le costaba tremendamente pronunciar aquel hechizo. Finalmente, desesperado, volvió a abrir los ojos para descubrir que se había elevado varios metros en el aire, quedando ahora oculto entre las ramas de aquellos árboles tan altos y frondosos.

El monstruoso caballo negro pasó por debajo de sus pies y se lanzó al río desapareciendo entre la corriente del agua que se perdía montaña abajo. El kelpie necesitaba del agua para sobrevivir, por lo que desistió en su persecución. Por el momento...

- Vamos, baja, ya se ha ido – le susurró Lyra quién, de pronto, apareció a su lado, colgada de las ramas de los árboles que le rodeaban, y estando a punto de provocar un infarto en el pobre mago. El repentino sobresalto hizo que Tahil perdiera la concentración, y de pronto cayó al suelo cuan largo era dándose un terrible golpe. Con una risita burlona la semielfa bajó a su lado de un ágil salto para ayudarle a ponerse en pie. Grandes gotas de sudor caían por la frente del mago. Se notaba a la legua que no estaba preparado para un esfuerzo físico tan grande como aquella improvisada huida. En cambio, Lyra permanecía como si en realidad hubiese dado un agradable paseo. Su respiración era suave y acompasada, y en su rostro no había ni un solo rastro de fatiga.

-Hay que alejarse del agua, vamos -dijo de pronto la semielfa.

-Vale, pero ¿podemos ir andando?

Lyra y Trista no le hicieron caso y siguieron corriendo, aunque no tan velozmente como la última vez.

- Por favor… - suplicaba Tahil jadeando mientras intentaba seguirlas.



Al aprendiz de mago le pareció que había estado corriendo durante horas. Ya hacía rato que ni se fijaba en lo que había a su alrededor. En su mente solo cabía un pensamiento, seguir a la semielfa y no quedarse atrás. Nunca había sido muy valiente y le aterraba la idea de volverse a quedar solo en aquel interminable bosque, y más aún con un kelpie persiguiéndolos. Mientras corría observaba a su amiga. Delgada, pero con caderas y pechos pronunciados ocultos bajo su chaleco y aquellos peculiares pantalones verde oscuro que desaparecían bajo unas altas botas, moviéndose con la gracia de los elfos por los bosques. Le parecía sorprendente su destreza, pues parecía que su cuerpo no pesaba cuando sus pies pisaban el suelo. Había leído muchas historias referentes a los elfos, pero hasta que la conoció no había visto a ninguno en persona, y le sorprendió la facilidad y la coordinación tan elegante que tenían sus movimientos.

-Muy bien, creo que podremos descansar un poco – oyó que decía Lyra deteniéndose finalmente.

- ¡Gracias a los Dioses! – logró decir mientras se dejaba caer exhausto en el suelo a cuatro patas intentando recuperar la respiración. Lyra se acercó y se arrodilló frente a él. Estaba abrazada a la espada mientras sus ojos lanzaban una súplica que Tahil comprendió sin que tuviese que hablarle. -Descansemos – sugirió el aprendiz de mago entre jadeos –. No vale la pena intentar nada hasta que no hayamos recuperado nuestras fuerzas.

-Pero…

-Estamos perdidos en este bosque. Tranquila, no aparecerá ningún demonio a no ser que ande tan perdido como nosotros. Y si trato de pronunciar algún conjuro ahora mismo estoy seguro de que mis pulmones saldrán por mi boca.

Y dicho eso Tahil se acomodó tan bien como pudo, intentando imaginarse que aquel suelo de tierra era en realidad una mullida cama de plumas. Después cerró sus ojos, sumiéndose rápidamente en un profundo sueño y empezando a acompañar su respiración con una serie de ronquidos bastante molestos.

Lyra observó con gesto repentinamente serio al pequeño y exhausto mago que prácticamente había perdido la consciencia ante ella. Sus ojos emitieron un fulgurante resplandor verde bajo un rayo de luna que pudo atravesar el frondoso bosque. Demonios. Esa era la palabra que quería hacer desaparecer de su mente y de su vida… Con gesto ausente pasó junto a Trista, quien la miró, anhelando una caricia de su amiga, pero sabiendo que ahora mismo, aunque su cuerpo acabara de pasar a su lado, se encontraba terriblemente lejos. Lyra se acurrucó apoyándose en el tronco de un árbol y se abrazó a sus piernas mientras sobre ellas acunaba la espada. Demonios. Solo en ese momento en que nadie podía verla se permitió la muchacha comenzar a llorar en silencio mientras observaba a su alrededor lo poco que la oscuridad de la noche le dejaba ver. Los altos árboles reinantes en aquel bosque apenas dejaban pasar un minúsculo halo de luz de aquella noche estrellada por entre sus anchas ramas. Tarde o temprano la encontrarían, estaba muy segura de ello. Aparentemente, aquella espada era su única esperanza para olvidar, para borrar de su mente el lugar de donde provenía.

Finalmente, la loba se acercó a ella y le lamió la cara intentando borrar aquellas lágrimas tan llenas de tristeza. Parecía estar leyéndole los pensamientos. Lyra dejó la espada que aún estaba abrazando cuidadosamente a su lado y se abrazó a ella. Pensó que Trista también debía recordar aquellos tiempos, aquellos demonios que destruían todo a su paso, que no conocían el cariño ni la piedad… Ella tuvo que lidiar con demasiados desde que nació. Aquel pensamiento hizo que se estremeciera, y la abrazó con más fuerza intentado apartar aquellos recuerdos que nunca la abandonarían… De pronto, se sintió vencida y derrotada por el sueño y el cansancio. La joven se acomodó todo lo que pudo y cerró los ojos intentando borrar aquellos pensamientos que siempre la acompañaban. Si aquello salía mal tendría que seguir huyendo toda su vida, pues nunca encontraría un lugar seguro donde poder esconderse para siempre de ellos.



Pasaron las horas y una tenue luz despertó a Tahil. Éste abrió los ojos sobresaltado mientras sus sentidos se ponían en alerta. Enseguida se relajó. Era la muchacha. Aquella semielfa rara que se había cruzado en su camino con un cachorro de loba blanca. El sol de la mañana se filtraba entre los árboles, dando luminosidad al lugar donde habían parado a descansar. La chica estaba manoseando la espada que custodiaba el kelpie… No comprendía de dónde sacaba tanta energía… juraría que tan solo habían dormido unos minutos… El aprendiz de mago se dio la vuelta y cerró de nuevo los ojos… un ratito más…

- ¡No! – Gritó de repente Tahil mientras se ponía en pie sobresaltado.

El grito de Tahil asustó a Lyra que dejó caer la espada al suelo. Trista arrugó la nariz y gruñó.

- ¿Qué? – preguntó Lyra sin entender.

-No puedes tocar esa espada.

-Sólo la estaba contemplando, ¿cómo iba a osar desenvainarla pudiéndolo hacer un poderoso mago como tú? – dijo ella con sarcasmo.

- Déjame verla. No se puede jugar a la ligera con objetos mágicos…

Tahil se acercó a la espada y se arrodilló junto a ella para inspeccionarla mientras Lyra buscaba un hueco sobre su hombro para poder verlo todo sin perder ningún detalle. La luz que emanaba del sol le dejó ver la empuñadura. Nunca había visto ninguna como aquella. Ningún libro de magia hablaba sobre la espada que tenía ante él. A los ojos de la gente parecía una empuñadura bastante vulgar, pero él vio más allá y notó que era una espada muy especial. También su filo era oscuro, y no reconocía el metal con el que estaba forjada. No parecía estar formada de ningún material que naciera en el mundo en el que se encontraban. La vaina también era especial, aunque podría ser que no fuese la vaina original de la espada. Estaba grabada con extraños símbolos y adivinó magia en ellos, como si alguien la hubiese creado expresamente para evitar que aquella arma fuese alguna vez empuñada… o encontrada. Tal vez aquel Kelpie había arrojado alguna especie de hechizo o maldición sobre ella.

-Dime, ¿la podremos usar para salir de este lugar? – le preguntó la semielfa impaciente -. ¿Puedes abrir una puerta con ella? ¿Una puerta que dé a un mundo muy alejado de este?

El aprendiz de mago pasó su bastón por encima de la espada, sin osar sacarla de la vaina, y cerró los ojos. La espada levitó medio metro y un aura oscura la rodeó por completo. Tahil podía ver perfectamente la magia de todos los objetos que se encontraba, desde pequeñas piedras hasta grandes varas de magos. Ese era su don. Él usaba la magia de esos objetos hasta agotarla y entonces buscaba nuevas fuentes de magia.

Cuando los caminos de la semielfa y el mago se cruzaron, hacía poco tiempo, él le había hablado de leyendas y habladurías que hablaban de un increíble objeto mágico que, según había oído, se escondía en algún rincón de aquel bosque. Lyra le prometió ayudarlo a cambio de que utilizara aquel objeto para sesgar en el aire una puerta hacia la libertad, pues de su bastón no emanaba tanta magia como para poder hacer una proeza semejante. Así de simple y de sencillo. Una puerta a otro mundo. Tahil aceptó, pues, tal y como le había comentado a aquella niña, entre sus habilidades se encontraba la capacidad de abrir portales aprovechando la magia contenida en ciertos objetos, y así ambos empezaron juntos su búsqueda. Él, como aprendiz de mago que era, empezó a presentir su magia desde hacía ya un puñado de soles y, poco a poco, fueron acercándose al lago custodiado por el Kelpie, donde descubrieron que aquel objeto que buscaban se trataba de una peculiar espada.

Pero entonces, la espada empezó a salir de su vaina muy despacio. Lyra se agachó y abrazó a la loba. Por fin iban a poder ser libres. Sin embargo, Trista estaba alerta. Tenía su pelaje erizado y no dejaba de gruñir… Algo no iba bien… ¿Por qué la loba estaba tan alterada? ¿Y por qué había empezado a salir aquella oscuridad en forma de humo negro de la espada? Tahil permanecía impasible mientras realizaba extraños gestos con su bastón entrando en una especie de extraño trance.

- ¡Tahil! ¡No!

Lyra se levantó rápidamente y se abalanzó contra el mago derribándolo al suelo. La espada cayó en el mismo momento en que pareció que Tahil se despertaba de su ensimismamiento. Sin perder ni un segundo más de tiempo ambos se levantaron y miraron la espada con curiosidad.

- ¿Qué… qué estabas haciendo Tahil? – preguntó Lyra asustada.

-No… no lo sé… - balbuceó el mago con el rostro aún más pálido que de costumbre.

-Era… era como si estuvieses llamando a alguien.

-Esta espada… no podemos tocarla… - dijo el aprendiz de mago con la voz entrecortada y con mucho miedo, aunque con determinación - … está maldita… Alguien la ha hechizado.

- ¿No puedes usarla para sacarnos de este lugar? Si está hechizada supongo que tendrá un montón de magia almacenada en ella.

Tahil no le contestó. Envolvió la espada con su capa como intentando evitar que aquella extraña magia siguiera escapando de ella. Estaba muy asustado, aunque eso era normal en él. Aun así, Lyra nunca lo había visto tan nervioso y alterado.

-Tenemos que esconderla, y escondernos también nosotros. Es mucho más poderosa de lo que había imaginado -dijo mientras terminaba de envolverla con su capa y la dejaba en el suelo. Retrocedió un par de pasos, alejándose de ella de forma involuntaria, con una mezcla de respeto y pavor en sus ojos-. Yo he podido sentirla, así que otros también podrán. No me sorprendería que hubiera alguien tras nuestros pasos. La semielfa improvisó una cuerda y se ató la espada a su espalda en silencio. Aquello era mucho más cómodo que las raídas correas de cuero que colgaban de su vaina, y pudo ajustarla para que no le molestara al caminar. Ella era mucho más valiente, o quizá más inconsciente que el mago, y no le daba ningún miedo aquella arma, ni tampoco nadie que pudiera aparecer para reclamarla. Después miró a su asustadizo amigo con determinación.

-Muy bien, si has de ser más fuerte para usar esta espada, entonces deberás convertirte en un verdadero mago. O tendremos que encontrar a uno que pueda ayudarnos. Lo que sea más rápido.

Tahil miró a Lyra desde el suelo. ¿De dónde sacaba esa energía? Los elfos son seres que desprenden calma y serenidad y ella era todo lo contrario. Aunque... Por primera vez se fijó en aquella muchacha, aún demasiado niña, de pie ante él, con la espada negra colgada de su espalda y acompañada de un cachorro de loba… definitivamente había algo oculto en su interior, una energía que se adueñaba de todo su cuerpo. No era una elfa, o no una elfa pura al menos… entonces ¿quién era en realidad Lyra? ¿Y qué hacía sola por aquellas tierras cuando debería estar aun jugando con muñecas?

Tahil sacudió la cabeza, en cierto modo avergonzado de que aquella niña le diese lecciones de valentía, y decidió que debía tomar ejemplo de ella. Con gesto distraído sacudió el polvo que se había acumulado en su manto.

-Yo sólo sé hacer unos pocos trucos, ni siquiera soy un aprendiz – le dijo recogiendo su bastón del suelo. Lyra le sonrió provocando que un escalofrío recorriera todo su cuerpo –. Ay, algo me dice que no me va a gustar esa sonrisa…




Una tenue risa se escuchó entre las frías estancias de piedra. Junto a un diminuto estanque, alguien se hallaba sentado, protegiéndose del gélido ambiente con un gran manto marrón que cubría todo su cuerpo, observando sus aguas. Con ansias se inclinó sobre las aguas para ver más de cerca, provocando que unos mechones de pelo oscuro, con un extraño brillo azulado, surgieran rebeldes de su capucha.

-Por fin, la han encontrado.

En la superficie del cristalino líquido se podía ver a una niña y un hombre que caminaban lentamente en algún lugar, saliendo de la espesura de un viejo bosque. A la espalda, aquella muchacha llevaba una vaina y una espada cuya negra empuñadura destellaba pálidamente con los rayos del sol.

-Por fin...


 
 
 

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