El Ritual
- Daniel Rico
- 25 dic 2021
- 28 Min. de lectura
1
El sonido de su agitada respiración cortaba el silencio de la noche como un cuchillo, mientras sentía sus pulmones desgarrarse por la falta de oxígeno. Y, sin embargo, forzaba sus piernas a seguir moviéndose y alejándose de aquel maldito lugar. Lanzaba a su espalda fugaces miradas con los ojos enrojecidos, inyectados en el más puro terror, a pesar de que nada ni nadie parecía seguirle. Corrió cuanto pudo hasta que sus ya mermadas fuerzas le fallaron y tropezó, cayendo al suelo sin apenas energías. Aun así, reunió toda la voluntad que le quedaba para arrastrarse por el suelo hasta una zanja llena de matorrales que había cerca del lugar donde había caído, y, a pesar de las zarzas que arañaban sin piedad su piel hasta hacerle sangrar, allí se introdujo hasta estar completamente oculto. Tardó aún unos instantes en lograr acallar el sonido de su agitada respiración mientras miraba fijamente hacia el bosque con los ojos desencajados. Nada parecía moverse allí, pero la tensión de sus músculos era tal que parecía que en cualquier momento fuesen a romper sus propios huesos.
De pronto sus miembros se quedaron agarrotados. Se quedó petrificado hasta el punto de que incluso dejó de respirar mientras sentía una cálida sensación en sus pantalones, producto de la orina que no pudo contener cuando vio una luz moverse por el bosque a un puñado de metros de donde se encontraba escondido. Sin mover un solo músculo observó como la luz avanzaba, acercándose cada vez más, hasta que finalmente pudo ver los cuerpos de varias personas que caminaban por el bosque. Iban sin prisa. Iluminados por antorchas, en fila, como se movería una procesión religiosa. Avanzaron lentamente ante sus ojos, y pasaron de largo. Sin embargo, no se atrevió a mover un solo músculo hasta que desaparecieron, y solo entonces se permitió el lujo de vaciar sus pulmones que a esas alturas ya le dolían de forma insoportable por el esfuerzo. De nuevo se vio forzado a recuperar el aliento y normalizar su respiración antes de darse la vuelta y comenzar a correr a trompicones lejos de aquellos hombres. Tropezaba con árboles y arbustos, pero ni siquiera los notaba. Era tal el pavor que sentía que sus nervios habían dejado de sentir el dolor. Y así continuó hasta que de pronto chocó contra algo. El impulso del golpe lo lanzó al suelo mientras escuchaba un gruñido. Temblando de los pies a la cabeza alzó la vista para ver a un enorme hombre de pelo castaño y tez morena con el que se había chocado.
-Cuidado amigo. Si corres así por el bosque acabarás partiéndote el cuello -le dijo el hombre de forma amistosa mientras le tendía una mano. Confuso alzó la mano en respuesta al gesto, pero entonces todo se volvió borroso para él. Los árboles comenzaron a deformarse. La silueta del hombre se difuminó y el mundo entero dio vueltas hasta que finalmente todo se volvió negro. El esfuerzo había agotado sus últimas fuerzas y se desmayó, casi agradecido por caer en ese estado de olvido, aunque fuese temporalmente. Sin embargo… No fue el olvido lo que trajo la inconsciencia, sino el recuerdo de los sucesos que le habían llevado hasta allí apenas unos días antes.
2
El suave y rítmico repiqueteo de los cascos del caballo contra el suelo del bosque le producía una sensación casi hipnótica. Hasta el punto de que cuando quiso darse cuenta se encontraba inclinado hacia adelante a punto de dormirse en plena ruta. Fue el golpe contra una rama baja lo que le devolvió al mundo de la vigilia, mientras se encontraba relativamente desorientado. Sacudió la cabeza para tratar de despejarse y decidió que ya había avanzado suficiente por aquel día. El sol comenzaba a acercarse al horizonte y se encontraba cansado. Siguió avanzando un poco más hasta que junto al sendero vio un pequeño claro que parecía perfecto para acampar hasta la mañana. Con esa intención detuvo a su caballo y lo amarró a un árbol. De su grupa soltó una bolsa en la que tenía algo de heno para el animal y un cuenco de barro que rellenó con agua de una bota que llevaba para que pudiese recuperar fuerzas y descansar. Sacó también algo de madera que había recogido por el camino para una ocasión similar y pronto pudo encender un pequeño fuego con el que calentarse mientras comía. Echó mano de una pequeña provisión que tenía de carne seca y una pequeña hogaza de pan y lo mordisqueó mientras apreciaba el dulce calor de las llamas.
Llevaba ya unos días en ruta. Había abandonado su confortable casa en la ciudad para dirigirse a un lejano pueblo en el que nunca antes había estado.
-Los negocios son los negocios, Jack. Tómalo como unas vacaciones -le había dicho su jefe con una bonachona sonrisa en la cara. Sin duda pensaba que aquel viaje era un incordio y por eso mismo se lo habían encargado, pero él había decidido tomarle la palabra al pie de la letra. Cualquier oportunidad de no tener que soportar a aquella foca grasienta que tenía como superior podría considerarse un gran descanso. Además, tenía el añadido de que dicho pueblo no aparecía en los mapas de los que disponían, así que partió con mucho tiempo argumentando que podrían surgir problemas en el viaje y podía tomárselo con mucha calma. Hablando con las gentes que se iba cruzando por el camino logró saber dónde se encontraba el pueblo, y un campesino en el camino le recomendó que atravesase el bosque para ahorrarse algo más de un día de camino. Nadie le esperaba hasta dentro de tres días, y el campesino le había asegurado que, aunque era un gran bosque, estaba carente de peligros y no lo habitaban animales peligrosos. Hasta el momento no se arrepentía de haberle hecho caso. Siguió masticando la carne seca con la mirada perdida entre las llamas mientras la noche iba extendiendo su negro manto. Pronto comenzaron a aparecer los sonidos propios de la noche. Los grillos y las cigarras comenzaron su cántico nocturno mientras que algún búho ululaba a lo lejos. El roce de las ramas al frotarse entre sí con la brisa producía un rumor constante que resultaba placentero y relajante, de modo que extendiendo un manto en el suelo se tendió junto al fuego dispuesto a dormir.
Disfrutaba de los arrulladores sonidos del bosque hasta que de pronto un crujido llamó su atención. Abrió los ojos sorprendido, sin moverse del suelo donde estaba tumbado con los brazos cruzados tras su cabeza. Aguzó el oído, creyendo que había sido producto de su imaginación, pero pronto escuchó otro crujido, y otro más, acompañados por el rumor de algo que se mueve a gran velocidad entre la espesura. ¿Quizá se tratase de un jabalí? ¿O algún otro animal que corría en su dirección? Maldijo al campesino que le había dicho que no había animales peligrosos en el bosque. Ahora no estaba tan seguro de que hubiese dicho la verdad. Con cuidado se incorporó y rebuscó entre sus cosas. Era un hombre de letras y números, por lo que no portaba armas. Sin embargo, encontró un cuchillo romo y sin casi filo que pensó que le podría servir para defenderse llegado el momento.
-Sí… Jack... cazarás un jabalí con el cuchillo de la mantequilla… serás la envidia de todos en la oficina -se dijo en voz baja para darse ánimos. A pesar de que el temor comenzaba a apoderarse de su cuerpo estuvo a punto de prorrumpir en carcajadas ante la mera idea de enfrentarse con aquello a un animal salvaje. Lamentablemente, aquella sensación duró tan solo el tiempo que tardó en escuchar otro crujido. Estaba cerca. Muy cerca. Flexionó las piernas mientras estaba en tensión, dispuesto a defenderse, cuando de la espesura surgió corriendo una muchacha. Era casi una chiquilla, de brazos y piernas escuálidos que parecía que fueran a romperse en cualquier momento. Su ropa estaba bastante rasgada y trataba de correr con todas sus fuerzas aun sin lograr incorporarse, ayudándose con las manos para no caer al suelo mientras miraba hacia atrás constantemente, tropezando una y otra vez, jadeando continuamente por el esfuerzo. Cuál no fue su sorpresa cuando volvió la vista adelante y vio a un hombre armado con un cuchillo mirándola con cara confusa. Como si algo la hubiese golpeado de pronto detuvo su carrera y con los ojos inyectados en terror retrocedió unos metros con manos y pies antes de darse la vuelta y lanzarse a la carrera sin apartar la vista. Por desgracia aquella no era la forma de avanzar por un bosque. Se estrelló contra un árbol al borde del claro y cayó al suelo aparatosamente. Después de eso no se movió.
-¿Pero que mierda….? -dijo Jack al verla en el suelo. Aguzó el oído tratando de escuchar a sus perseguidores mientras lentamente y con cuidado se acercaba a la muchacha. No escuchó nada. Cuando estuvo junto a ella pudo ver que se trataba de una joven de cabellos largos y castaños. Tenía la piel blanca, aunque muy arañada al igual que su ropa que se encontraba terriblemente destrozada. Se agachó junto a ella y comprobó que respiraba. El golpe parecía haberla dejado inconsciente. No parecía tener ninguna herida grave, pero aquel golpe en la cabeza le había realizado una brecha en la frente. Arrancándose un pedazo de camisa trató de detener la hemorragia sin dejar de escuchar en ningún momento temiendo que aquello de lo que huía irrumpiera en el claro de un momento a otro. Sin embargo, no escuchaba nada, y nada parecía acercarse. Teniendo que tomar una decisión abandonó un momento a la muchacha para recoger su bota de agua y regresó junto a ella. Limpió la herida y comprobó que no era grave. Le mojó la cara tratando de reanimarla, pero la muchacha no reaccionaba. Respiraba pesadamente. Debía estar exhausta. No quería imaginarse siquiera cuánto tiempo había pasado corriendo antes de llegar al claro. Y tenía claro que no podía dejarla allí. Aquel golpe podía haber producido alguna herida interna. Finalmente tuvo que tomar una decisión. Tan rápido como pudo recogió sus cosas y cogió una pequeña hacha, mientras pensaba que hubiese sido una elección más lógica que el romo cuchillo que había cogido momentos antes. Cortó varias ramas gruesas de los árboles cercanos y las unió con cuerdas construyendo una improvisada camilla. Puso sobre ella a la muchacha y decidió atarla también para que no se hiciese daño si se despertaba de pronto. Soltó al caballo del árbol y lo acercó hasta la chica para atar la camilla a la silla de montar. Aunque no se trataba del vehículo más cómodo dado su estado, de ese modo podría transportarla hasta el próximo pueblo. Una vez que consideró que estaba bien sujeta inició de nuevo su camino por el sendero del bosque manteniendo al caballo a un paso sosegado para que su delicada “carga” no sufriera golpes innecesarios. Esperaba estar cerca de su destino o de cualquier otro pueblo para que pudiesen atender a la muchacha tan rápido como fuese posible.
3
Llevaba ya unas horas de camino cuando intuyó que se estaba acercando al borde del bosque. Los árboles se separaban entre sí y la espesura comenzaba a desaparecer. Casi dio un pequeño grito de alegría cuando pudo ver tras la última hilera de árboles como se alzaban unas viejas casas de madera. Aumentó el paso para llegar tan rápido como le fuera posible, pero parecía que su caballo no estaba de acuerdo en ello. Se le notaba nervioso cuanto más se acercaban, hasta que llegaron a la altura de los últimos árboles. Desde allí pudo observar el pequeño pueblo. Se encontraba rodeado por el bosque y estaba formado por una calle principal a cuyos lados había varias casas construidas con madera. Al fondo de la calle pudo ver un edificio más grande. Al contrario que el resto de las construcciones parecía ser de piedra y se alzaba orgulloso sobre el resto del pueblo. Su base parecía ser circular y en lo más alto exhibía un amplio campanario junto a dos torretas que lo acompañaban a cada lado como atentos vigilantes. No veía ninguna ventana en su fachada. Lo miró con curiosidad durante unos instantes antes de recordar lo que lo había llevado hasta allí. Echó un rápido vistazo a la muchacha que continuaba tendida y dormida en la improvisada camilla y animó al caballo a avanzar, pero éste se negó en redondo.
-¡Maldito animal! -rugió perdiendo la paciencia-. Ya casi estamos, venga.
Clavó sus botas en los costados del animal mientras lo animaba con las riendas, pero tan solo logró que se encabritase. Se alzó sobre sus patas traseras agitándose con furia y arrojándolo al suelo. De inmediato se dio la vuelta y comenzó a correr alejándose del pueblo y arrastrando tras él a la pobre muchacha. Quiso la suerte que las cuerdas no soportasen aquel esfuerzo y se partiesen, dejando al animal correr libre mientras que ella, aun atada en su camilla, cayó al suelo donde permaneció ajena a todo lo que había ocurrido.
Con rapidez se incorporó y corrió junto a la chica comprobando con alivio que no había sufrido ningún nuevo daño, pero no pudo evitar pensar que todas sus cosas estaban en el caballo que se había ido corriendo por el bosque. Sin embargo, no era el momento de lamentarse. Debía establecer sus prioridades. El pueblo estaba ahí, y la muchacha necesitaba de ayuda, así que soltó las cuerdas que la sujetaban y la tomó en brazos mientras entró corriendo al pueblo por la calle principal. Entró gritando y pidiendo ayuda, ya que no se veía a nadie por la calle, pero no obtuvo ninguna respuesta. Se acercó a una de las casas y golpeó la puerta con el pie, pero el resultado fue el mismo. Ninguna respuesta, ningún movimiento. Probó en la siguiente casa con similares resultados. Finalmente se dirigió a un edificio algo más grande, que parecía ser una taberna. Golpeó la puerta con el pie y ésta se abrió sin esfuerzo. Se adentró pidiendo ayuda nuevamente, pero apenas había cruzado el umbral cuando fue consciente de que también aquel lugar se encontraba vacío. Al parecer había acabado en un pueblo fantasma. Depositó con cuidado a la muchacha sobre una de las mesas de la sala y siguió su búsqueda por el resto de las casas del pueblo. El resultado fue el mismo en todas y cada una. Puertas atrancadas y ningún ruido en el interior, así como ninguna respuesta a sus llamadas. Finalmente se acercó al enorme edificio de piedra. Avanzaba lentamente, pues había algo en él que le ponía los pelos de punta. Pudo notar como un escalofrío le recorría la espalda cuando se acercó a sus puertas y las empujó. Cerrado también.
Frustrado regresó a la taberna junto a la muchacha. Se sentó pesadamente en una silla junto a ella. Era ya casi noche cerrada y se encontraban allí solos y sin una montura que los llevase. El panorama no era para nada alentador. Vio una vela que reposaba en la mesa de al lado. La encendió con un pequeño yesquero que llevaba y comenzó a inspeccionar el lugar. No había nadie, pero sin embargo… no parecía para nada abandonado. No había polvo sobre las mesas ni telarañas en las esquinas. El piso parecía limpio, así como los muebles, como si alguien se hubiese ocupado de limpiarlo todo. Echó un vistazo tras la barra y pudo ver que los barriles de cerveza estaban llenos, y también encontró algo de comida en una habitación. Estaba en perfecto estado. Casi parecía como si la gente se hubiese ido hacía solo unas horas, lo cual era extraño. Decidió subir al piso superior, donde comprobó que había un par de cuartos, seguramente de alquiler, también limpios. Cargó con la muchacha subiéndola a uno de ellos y la acomodó allí. Después bajó de nuevo a la taberna. Cogió algo de pan, queso y embutidos de la despensa y una jarra de cerveza. Sació su hambre y su sed mientras pensaba en lo que haría con la chica. No despertaba, y eso no era buena señal. Necesitaba un doctor, pero el pueblo estaba desierto, y su caballo había huido inexplicablemente. Tenía que buscar la forma de alimentarla e hidratarla. Pensaba en ello cuando para su sorpresa su boca se abrió completamente en un inesperado bostezo. Parecía estar más cansado de lo que creía. Miro hacia la barra durante un instante. Esperaba que si el tabernero regresaba mientras dormían le permitiese pagar las camas y la comida sin darles problemas. Bostezó de nuevo. Se puso en pie dispuesto a dirigirse al piso superior, pero cuando se incorporó el lugar comenzó a dar vueltas en su cabeza. Sorprendido trató de apoyarse en la mesa para recuperar el equilibrio, sin embargo, falló en su intento y cayó al suelo. Trató de incorporarse, pero todo a su alrededor era extraño y su cuerpo no respondía correctamente. Estiró un brazo antes de que la oscuridad se adueñase por completo de él.
4
Un intenso bullicio le despertó. Con dificultad abrió los ojos y se descubrió sentado, durmiendo sobre una mesa en una taberna llena de actividad. Cuando finalmente se le aclaró la vista pudo ver al tabernero recorriendo la sala a toda velocidad, pasando de mesa en mesa con una bandeja cargada de jarras con la maestría que solo dan los años de experiencia. Confundido vio que el lugar estaba atestado de gente que hablaba a gritos entre ellos mientras bebía, posiblemente tras un duro día de trabajo. Parecían campesinos en su mayoría, y algún que otro ganadero. Observó que ante él había una jarra de cerveza mediada. Tenía la boca seca y la cabeza a punto de explotarle. Tomó la jarra y apuró su contenido de un solo trago. Después le hizo un gesto al tabernero, que le indicó que pasaría a atenderle en cuanto le fuese posible. Mientras esperaba jugueteó con la jarra, pasando su dedo índice por el borde mientras observaba a los parroquianos con curiosidad.
-¿Otra jarra, señor? -le preguntó el tabernero de pronto sobresaltándole.
-Si… si, tráigame otra. Y por favor, ¿podría indicarme dónde estoy?
-Veo que ha sido una noche dura -le respondió el hombre con una inmensa sonrisa en la cara mientras recogía su jarra y pasaba un paño húmedo por la mesa-. Se encuentra en Kharull. Somos una pequeña comunidad algo alejada del mundo, pero nos encantan las visitas.
A continuación, el hombre se dirigió a la barra a reponer las jarras de cerveza. Jack se echó las manos a la cabeza tratando de combatir los pálpitos y los dolorosos pinchazos que le atravesaban el cerebro sin compasión. Solo en ese momento regresó a su cabeza la imagen de aquella chica del bosque. Como impulsado por un resorte se puso en pie tirando la banqueta al suelo, aunque nadie le prestó atención entre el bullicio del lugar. Rápidamente se dirigió al piso superior y abrió la habitación. Sus cosas, las que se había llevado el caballo encabritado, se encontraban colocadas por el cuarto, pero no había ni rastro de la muchacha. Alarmado volvió a bajar a la sala común donde el tabernero acababa de dejarle la jarra en su mesa.
-¿Todo bien señor? -le preguntó amablemente.
-Anoche… -se detuvo un momento tratando de aclarar sus ideas. Aquello era demasiado raro-. Anoche llegué aquí con una muchacha. El lugar se encontraba vacío -casi balbuceó mientras hablaba con el tabernero. Este a su vez amplió aún más su sonrisa, y rompió en carcajadas ante la sorpresa del hombre.
-No creí que hubiese bebido tanto, pero me consta que así ha sido. ¿De veras no recuerda nada de anoche?
-Recuerdo haber llegado aquí, traía una muchacha que estaba herida y entramos a la taberna, estaba vacía, así como todo el pueblo, así que lleve a la chica a uno de los cuartos superiores y… y…
-¿Y...?
-No estoy seguro. Creo que me desmayé. Y me he despertado aquí -dijo mientras extendía los brazos indicando la bulliciosa sala de la taberna.
-Ron, no tortures a nuestro invitado -dijo una voz a su espalda. Jack se dio la vuelta y vio a un hombre alto de gran porte acercársele con una sonrisa conciliadora en la cara-. ¿Se encuentra bien, amigo?
-Confuso. Muy confuso.
-Eso es normal. Se ha llevado un fuerte golpe en la cabeza.
-¿De qué habla? No recuerdo haberme golpeado contra nada.
-Verá, siéntese, trataré de refrescarle la memoria.
Ambos se sentaron en la mesa mientras que el tabernero dejaba otra jarra de cerveza para el misterioso hombre.
-¿Se acuerda de mí?
-Lo cierto es que no. Juraría que no le había visto nunca.
-Mi nombre es Patrick y soy algo así como el médico de este pueblo.
-¿Algo así…?
-Este es un pueblo pequeño. No tenemos las facilidades ni el instrumental que poseen los médicos de ciudad, así que hago lo que puedo con lo que tengo. Anoche apareció a la entrada del pueblo, con la frente ensangrentada y pidiendo ayuda. Hablaba de una muchacha y de que su caballo se encabritó y huyó. Le trajimos a la taberna para acomodarle y esta mañana algunos hombres han salido a buscar a la muchacha de la que hablaba y a su caballo.
-Pero… pero no recuerdo nada de eso.
-Eso es normal. A veces un golpe en la cabeza puede producir problemas de memoria. Pero estoy seguro de que no es nada grave.
Jack se llevó la mano a la cabeza. Solo entonces fue consciente de que tenía un pequeño vendaje. La sien le palpitó de dolor al tocarla.
-Pero… no lo entiendo… me he despertado en esta mesa.
-Eso sí me ha sorprendido.
Con un gesto Patrick llamó al tabernero que se acercó a la mesa y le preguntó al respecto.
-Oh, nuestro amigo se levantó temprano y bajó a la sala donde se tomó varias cervezas. Supongo que no está muy acostumbrado a beber ya que se quedó dormido en la mesa. No quise despertarlo ya que no estaba molestando a nadie.
-No debería beber demasiado con ese golpe en la cabeza -dijo Patrick.
-No lo sé… no recuerdo nada.
-Eso es normal. Ahora necesita descansar. Déjeme que le acompañe a su cuarto.
-¿Y quién me va a pagar las cervezas? -preguntó el tabernero al verlos levantarse.
-Apúntalo en mi cuenta por ahora. Cuando esté más recuperado saldaremos cuentas.
Con cuidado Patrick le ayudó a caminar y a subir al segundo piso, aunque Jack hubiese jurado que todos los parroquianos se quedaron observándole mientras avanzaban. Sin embargo, no prestó mayor atención a aquello. La cabeza le dolía horrores y la perspectiva de una cama era alentadora, tanto que apenas tardó unos segundos en quedarse dormido una vez que llegó a ella.
5
Aún era de día cuando abrió los ojos. Suponía que no había dormido más de un par de horas. Se incorporó sobre su cama luchando contra el penetrante dolor que atravesaba su cabeza de un lado a otro, y hubo de permanecer unos instantes sentados hasta que el mareo remitió finalmente. En esta ocasión si sabía dónde se encontraba, aunque aún estaba confuso. ¿Era posible que se hubiese imaginado a la muchacha, así como su llegada al pueblo abandonado? Lo recordaba de forma muy nítida, pero también era cierto que había escuchado hablar de casos en los que un golpe en la cabeza había provocado pérdidas de memoria, así como alucinaciones y demás males del cerebro. Lo cierto es que no estaba seguro de nada. Con cuidado se incorporó de la cama y se dirigió hacia la ventana. Desde allí podía observar la calle que conformaba el pueblo, y a la gente paseando por ella. Al fondo volvió a ver aquella extraña construcción de piedra que se alzaba dominando el pueblo con su presencia. Sintió un escalofrío al observarla e inmediatamente después cerró la ventana y salió del cuarto para dirigirse a la sala común de la taberna.
-Bienvenido muchacho. Espero que te encuentres mejor -le saludó el tabernero alegremente-. ¿Puedo servirte algo?
-Agua, en grandes cantidades -respondió Jack devolviéndole la sonrisa.
-Yo de usted no diría algo así en voz alta. Si alguien le escuchase sería motivo de un sinfín de burlas. Siéntese en alguna mesa, ahora mismo le llevaré una jarra con agua.
Escogió una mesa junto a la pared, desde la que podía observar toda la sala. Buscó con la mirada a Patrick, pero no se encontraba allí en aquel momento, así que esperó pacientemente a que el tabernero le llevara el agua.
-¡Aquí tiene amigo! -le dijo alegremente al llegar-. ¿Qué tal va esa cabeza?¿Ya ha dejado de darle vueltas?
-Si, gracias. Me encuentro ya mucho mejor. Quería preguntarle algo.
-Dispare amigo, aproveche ahora que está el lugar tranquilo -respondió mientras tomaba asiento junto a él y extendía un brazo mostrando la sala en la que apenas había un par de hombres sentados a las mesas.
-Parece curioso encontrarse una taberna tan grande en un pueblo tan pequeño. ¿Suelen recibir visitas?
-No muchas, debido a donde nos encontramos. No es un lugar precisamente de paso hacia ninguna parte. Pero a la gente del pueblo le gusta reunirse aquí.
-Es un sitio agradable.
-Se lo agradezco, pero imagino que no quería hablar conmigo para alabar mi taberna.
-Claro, lo siento por distraerle. Patrick me dijo que habían salido unos hombres para buscar a la muchacha y a mi caballo. Me preguntaba si ya habrían regresado y si habría alguna novedad al respecto.
-Si, sí que han regresado. Estuvieron aquí hace un rato, pero no quise despertarle.
-¿Y bien? -preguntó Jack apoyándose en la mesa con impaciencia.
-Pues me temo que tengo malas noticias para usted. De la muchacha no han encontrado nada, ni siquiera un rastro. Me temo que algunos creen que es producto del golpe y que no había ninguna muchacha. Lo cierto es que parece que ha sido un duro golpe el que se ha dado.
-Pero… pero… yo la recuerdo claramente… la traje al pueblo en una camilla que hice.
-Pues lamento decirle que no hay ni rastro ni de la muchacha ni de dicha camilla. Sin embargo, sí que lograron encontrar a su caballo.
Por un momento la cara de Jack se iluminó. Parece que no todo eran malas noticias.
-Por desgracia, lamento decirle que el pobre animal se había fracturado las dos patas delanteras. Hubo que sacrificarlo, no hubiese podido sobrevivir. Lamento tener que darle tan malas noticias.
Jack permaneció pensativo. La chica no aparecía por ninguna parte. Su caballo se había roto las patas y lo habían sacrificado. Aquello era un cúmulo de desgracias, una tras otra. De pronto sus ojos se abrieron de par en par.
-¿Cuánto tiempo hace que llegue al pueblo?
-Pues… fue anoche cuando apareció en la calle.
-Bien, aún no es tarde. Me encontraba en un viaje de negocios, el caso es que me esperan dentro de dos días en un pueblo de aquí cerca. ¿Sabe si hay alguien en el pueblo que pueda venderme o alquilarme un caballo?
Los ojos del tabernero se entrecerraron durante una fracción de segundo, pero inmediatamente después retornó su bonachona sonrisa.
-Me temo que no. Hasta donde yo sé nadie en el pueblo tiene caballos.
-¿En serio?¿Y un burro o una mula que pueda cargar con mi equipaje al menos?
El tabernero sacudió la cabeza en gesto negativo.
-Me temo que no. Pero mañana pasará una diligencia por el pueblo. Todas las semanas pasa por aquí. Quizá él pueda ayudarle.
-Mañana… sí… quizá aún llegue a tiempo.
-Ha sido un placer servirle de ayuda. Ahora si me disculpa… voy a poner un poco de orden en el lugar. Seguro que no falta mucho para que esta jauría regrese sedienta de cerveza y destroce el lugar.
-Gracias por todo -respondió Jack de forma distraída. Aguantó un rato más en la taberna, bebiendo su agua y echando vistazos a la gente del lugar. Parecía gente sencilla, acostumbrada a vivir del campo. Sin embargo, no comprendía cómo alguien podía sobrevivir en un pueblecito como aquel, perdido en el medio ninguna parte. ¿Dónde cultivarían las plantas? ¿Dónde llevarían a pastar a los animales? No recordaba haber visto más que bosque mientras se acercaba al pueblo, claro que también recordaba a una muchacha inexistente. Quizá su memoria ahora no fuese algo de lo más fiable, aunque sí que estaba totalmente convencido de su viaje de negocios. Finalmente se puso en pie y regresó a su cuarto. De nada le serviría quedarse allí, y quizá le viniese bien descansar un poco. Quería estar despejado para el día siguiente, cuando llegaría la diligencia y podría seguir con su vida dejando atrás toda aquella confusión.
6
Un ruido lo despertó. No estaba seguro de qué podía tratarse, pero había algo que había turbado su sueño. Jack se incorporó en la cama confuso. Tardó unos instantes en recordar dónde se encontraba. Las sombras de la habitación de la taberna le resultaban terriblemente extrañas. Las miró contra la pared unos instantes, antes de notar que algo extraño ocurría. Las sombras se movían como si tuviesen vida propia. Con cuidado se levantó de la cama y se acercó a la pared. Estiró su mano hasta tocar la pared donde las sombras parecían danzar un macabro baile. El tacto de la madera casi le hizo gritar, pero pudo contenerse hasta que finalmente se dio cuenta de que no era ningún fenómeno mágico el que estaba viviendo. Se dio la vuelta y fio reflejos de luz entre las maderas de las contraventanas. Tan suave y silenciosamente como fue capaz volteó una de ellas hasta que pudo ver el exterior. Entonces descubrió qué fue lo que le había despertado. Bajo su ventana, avanzando por la calle del pueblo, parecían estar todos los habitantes, avanzando lentamente en fila con antorchas encendidas. Aquellas antorchas debieron ser las que provocaron las sombras bailarinas de su cuarto. Con curiosidad Jack siguió observándolos. Se dirigían al templo de piedra que había al final de la calle, y en voz baja parecían ir rezando o pronunciando alguna especie de salmo. Ese fue el extraño sonido que se coló en su sueño y le despertó. Aguzó el oído tratando de distinguir sus palabras, pero fue incapaz. Casi parecían más una especie de gruñidos y sonidos guturales, sonidos que no creía que fuesen capaces de surgir de la garganta de un hombre. Aterrado por la inesperada imagen Jack permaneció en la ventana sin ser capaz de apartar la mirada hasta que el último de los hombres se adentró en el templo y cerró las puertas tras él. Jack se dio la vuelta y volvió a su dormitorio. Aquello no tenía nada que ver con él. No quería saber lo que hacían en aquel templo. De ese modo volvió a acostarse.
Era inútil. Daba vuelta hacia un lado primero. Después hacia el otro. No habían pasado ni cinco minutos y ya se encontraba de nuevo en pie, pegado a la ventana y observando la curiosa construcción de piedra que había al fondo del pueblo. ¿Qué harían allí? ¿Por qué acudían todos en procesión, murmurando aquellos sonidos tan extraños? Al final fue mayor la curiosidad de lo que le hubiera gustado admitir, así que se puso algo de ropa y bajó al piso inferior. La taberna estaba a oscuras y vacía. De pronto le volvió a la cabeza la imagen del momento en que había llegado a la taberna, cuando el pueblo estaba vacío y él tuvo que cargar con la muchacha. Decían que no había ocurrido así, pero las imágenes estaban grabadas a fuego en su mente. Con cuidado abrió la puerta de la taberna, que sorprendentemente no se encontraba cerrada con llave ni con ninguna traviesa para evitar que nadie pudiera entrar mientras se encontraba vacía. Del mismo modo y con cuidado la cerró tras él. El pueblo entero se encontraba en silencio. Ni tan siquiera el canto de los grillos podía escucharse. Miró al cielo que se encontraba nublado y no permitía pasar ni tan siquiera los rayos de la luna hasta el suelo, por lo que la oscuridad era casi absoluta. Con cuidado inició su avance hacia el extraño templo. Caminaba despacio, vigilando cada paso para no hacer ruido. No sabía exactamente por qué, pero no quería que nadie supiese de su incursión nocturna. Cuando estuvo a los pies del templo alzó la mirada hacia el campanario, que envuelto en la oscuridad ofrecía una imagen tétrica y aterradora, como una terrorífica cabeza que abría la boca mientras que a ambos lados las torres parecían los brazos alzados de un furioso gigante que clamaba al cielo.
Apartó aquellas ideas de su cabeza mientras se acercaba aún con más cuidado y sigilo a la puerta. Lentamente empujó la enorme hoja, que esta vez sí se abrió un poco en completo silencio. Escrutó a través del pequeño hueco el interior de la sala. Al primer hombre que vio fue a Patrick, de pie en el pasillo junto a una hilera de bancos donde parecían encontrarse sentados todos los habitantes del pueblo. Pudo distinguir también a su lado al tabernero que permanecía sentado y en silencio con la mirada dirigida al frente. Abrió un poco más la puerta para poder ver a dónde se dirigían todas las miradas, pero en el mismo momento se arrepintió de haberlo hecho. Al fondo de la sala pudo ver una enorme efigie de un ser que parecía carecer de forma. Estaba representado como una masa que se alzaba junto a la pared, con dos enormes ojos en lo que parecía ser la cabeza, si es que ese ser tenía cabeza o alguna otra parte del cuerpo discernible. Brillaba bajo el fuego de las antorchas que los aldeanos habían llevado y colocado en las paredes para iluminar la sala. A sus pies, si es que era válida esa expresión para esa entidad, se alzaba sobre el suelo un altar sobre el que había tumbada una muchacha desnuda. Entre el altar y la efigie un hombre anciano alzaba las manos mirando a la representación de aquel ser mientras sujetaba un largo cetro en una de ellas. Parecía muy anciano y enormes arrugas recorrían su rostro y su cabeza carente de cabellos. Jack trató de aguzar el oído, pero no pudo escuchar más que gruñidos y sonidos guturales que no significaban nada para él. Cuando el anciano se dio la vuelta fue consciente de que era él quien los emitía mientras que de vez en cuando los presentes respondían mediante una especie de gruñido. Se trataba de algo muy extraño.
De pronto se hizo el silencio y el anciano se acercó al altar. Alzó nuevamente las manos mientras emitía aquellos inhumanos sonidos desde su garganta para después bajarlas y comenzar a acariciar la piel de la muchacha con el cetro. En ese momento la chica se movió sobre el altar. Estiró las piernas y movió los brazos como quien acaba de despertar en su cama mientras que el repulsivo anciano persistía en acariciar su piel con el cetro. La blanca piel de sus piernas y su vientre, rozando con aquel dorado objeto incluso su sexo, como si quisiera empaparlo con sus fluidos. Ella giró la cabeza y su mirada se dirigió directamente a Jack. Era la muchacha del bosque. La que había aparecido en el claro y se había golpeado la cabeza. La que él mismo había llevado al pueblo para buscar quien pudiese ayudarla. Reconoció su largo cabello castaño y sus ojos claros cuando miró hacia él, así como la blanca piel que cubría su cuerpo desnudo que ahora era recorrido por aquel extraño cetro que acariciaba su vientre y el contorno de sus pechos. Jack había visto suficiente. Iba a irrumpir en la sala para pedir una explicación cuando el anciano calló de pronto y de un movimiento ágil y firme cogió el cetro con ambas manos, separándolo en dos piezas que dejaron claro que no se trataba de un cetro, sino de un cuchillo ornamental con su vaina. Clavó el cuchillo en el cuello de la mujer. Ésta no pareció inmutarse, sino que siguió con la mirada clavada en Jack, que ahora permanecía completamente inmóvil por el shock. El anciano movió diestramente su mano agrandando la herida mientras que con la otra acercaba una especie de cuenco dorado al cuello para recoger la sangre que surgía a borbotones. Ni siquiera entonces la muchacha apartó la mirada o cerró los ojos, sino que siguió observándolo mientras que el anciano había dejado el cuchillo y mojaba sus dedos en el cuenco que iba recogiendo la sangre de la muchacha y pintando su blanco cuerpo con ella, hasta que los ojos de aquella niña se vaciaron de vida y permanecieron abiertos sin mirar a ninguna parte. En ese momento pareció terminar el anciano de pintar su cuerpo. Alzó el cuenco con ambas manos ante los presentes mientras de su boca surgía un violento rugido y procedía a beber aquella sangre. Cuando terminó arrojó el cuenco hacia un lado y se limpió la boca con el dorso de la mano antes de, en completo silencio, dirigir su mirada fijamente hacia la puerta donde Jack se encontraba como improvisado espectador. A su vez todos los hombres y mujeres del templo se giraron mirando hacia el mismo punto. Sabiéndose descubierto Jack retrocedió aterrado un par de pasos hasta que notó cómo algo le agarraba los brazos. Pataleó y se retorció con fuerza tratando de liberarse, pero no fue capaz. Dos hombres habían surgido de la noche y le habían apresado tomándolo por sorpresa. Una fuerte patada de uno de sus captores abrió por completo las puertas del templo y lo arrastraron a su interior ante las atentas miradas de los lugareños. Jack observó sus rostros, sus ojos abiertos, cargados de locura y sin una expresión definida. Simplemente estaban allí de pie, mirándole. Gritó a Patrick y al tabernero que le ayudaran, pero el resultado fue el mismo. Se quedaron allí de pie observándole, sin un atisbo de sentimiento en sus rostros ni en sus ojos. Finalmente llegó frente al altar donde el anciano le miraba con una sonrisa tan terrible que le hizo estremecerse. Apartó la mirada de él, pero ésta fue a parar al cuerpo de la muchacha que descansaba sobre el altar con el cuello rajado. El anciano había pintado con sangre extraños símbolos sobre su piel. No sabía lo que significaban, pero su aspecto le provocaba pavor.
-Gheeda pak rumjhe -le dijo el anciano mientras acercaba su cara hasta escasos centímetros de la de Jack. Nunca había escuchado nada parecido, y no sabía qué diablos quería que respondiese. Sin fuerzas para defenderse agachó la cabeza creyéndose perdido, pero solo entonces vio la llave de su liberación. En el altar, junto al cuerpo de la muchacha, permanecía el cuchillo que antes había utilizado el anciano. Hizo un intento desesperado. De pronto tensó todos sus músculos y tiró con todas sus fuerzas de uno de sus brazos. Su captor, creyendo que finalmente se había rendido había aflojado el agarre y logró liberarse de él. Cogió el cuchillo antes de que nadie pudiese reaccionar y se lo clavó en la barriga a su otro captor que inmediatamente soltó su presa por el dolor y la sorpresa. Volvió a girarse para apuñalar al primero antes que de que pudiese reaccionar y tomó por el cuello al anciano.
-¡Que nadie se mueva o me cargo a este pedazo de mierda! -gritó Jack mientras caminaba hacia atrás lentamente, sujetando al anciano por el cuello con una mano y apoyando el cuchillo en su nuez con la otra. Nadie se movió. Todos permanecieron en pie observándolos. Sin embargo, el anciano, en lugar de parecer asustado, le sonreía mostrando tan solo un puñado de dientes con grandes agujeros entre ellos. Jack retrocedió hasta la puerta donde echó un último vistazo a la muchacha que permanecía sobre el altar. Aquella imagen fue superior a él. Sujetó el cuchillo con fuerza y lo clavó con fuerza en el cuello del anciano. El cuchillo se deslizó por su cuello y se adentró en su pecho, como si no hubiese huesos que se interpusieran en su camino. Sorprendido Jack dio un paso atrás para ver como la herida se abría y la cabeza del anciano caía hacia atrás sin fuerzas, como un trozo de tela sin sujeción. En el interior de la herida pudo ver algo extraño. No era sangre lo que surgía, sino una sustancia negruzca que parecía tener vida propia e iba desplazándose al exterior. Solo cuando vio aquellos dos ojos rojos situados en medio de la pestilente masa recordó la efigie del altar. Sin que su cerebro fuese capaz de procesar aquello se dio la vuelta e inició una carrera desenfrenada. Tenía que salir de aquel lugar cuanto antes. Tenía que huir de aquella locura. Y así corrió hasta salir del pueblo, sin mirar atrás, porque estaba seguro de que si volvía la mirada vería como aquellos locos le perseguían y se quedaría sin fuerzas, atrapado en su propio miedo. Alcanzó el bosque mientras que su cabeza palpitaba con fuerza, pero ignoró el dolor. Esquivaba los árboles como podía, corriendo a través de la maleza, sin notar las zarzas que arañaban su ropa y su piel. Corrió hasta que no le quedaron fuerzas y se ocultó en una zanja cubierta de matorrales con la esperanza de que sus captores siguieran el camino sin verle. Por suerte así fue y pudo ver como avanzaban en una silenciosa procesión a través del bosque. Distinguió a Patrick y al tabernero a la cabeza de la fila, pero no pudo ver al anciano, aunque lo prefería, pues aún no había logrado asimilar lo que había visto. Aquel anciano no era humano. Era un ser de otro mundo que se había disfrazado como un humano. Aun estremeciéndose por esa imagen volvió a correr hasta que tropezó con un enorme hombre de pelo castaño y tez morena. Hasta allí lo llevaron sus fuerzas antes de desmayarse y caer en el sereno estado de la inconsciencia.
7
Escuchaba un extraño murmullo que resultaba casi agradable. Se resistía a abrir los ojos. Se encontraba cómodo y a salvo en su sueño. Sentía un placentero calor por todo su cuerpo. De nuevo aquel murmullo extraño llegó a sus oídos al tiempo que comenzó a notar como algo recorría con cuidado y delicadeza su pierna derecha. Era una sensación agradable. Casi le producía cosquillas. Sintió como le acariciaba una pierna primero, y después la otra. Rozó después su sexo con delicadeza, provocándole una cierta excitación. Se negó a abrir los ojos mientras sonreía. Esa era una forma de despertar que le agradaba, en la cama junto a una mujer que le llenase de atenciones. Pensaba en ello mientras notaba como esa dulce mano acariciaba su vientre y su torso. De pronto escuchó una especie de gruñido cercano a su oído. Aquello era extraño. ¿Tal vez había topado con una gatita salvaje? Lo cierto era que no recordaba haberse acostado con ninguna mujer. En realidad, ni siquiera recordaba haberse acostado, pero el dolor de la cabeza le hacía pensar que había bebido en exceso la noche anterior. Se removió un poco estirando los músculos mientras abría los ojos dispuesto a ver a la mujer que le había despertado con tal delicadeza, pero no fue una mujer lo que vio, sino el rostro de un anciano cubierto por extensas arrugas que le observaba con una gran sonrisa. Vio en su cuello su piel desgarrada, en una herida que se extendía hacia el pecho, y desaparecía bajo las ropas del hombre, que parecía haber sido zurcida por un niño que quisiera imitar a su madre cosiendo trozos de tela. Sobre él se encontraba la dorada efigie del monstruo informe, que parecía mirarle fijamente mientras el anciano alzaba las manos salmodiando alguna cosa en aquella extraña lengua. Se encontraba entumecido hasta el punto de que su cuerpo no respondía a sus órdenes. Giró la cabeza y vio como todo el pueblo se había reunido en el templo para observarle. Todos se encontraban de pie, frente a los bancos, mirándoles con aquellos rostros desprovistos de emociones, con aquellos ojos vacíos de sentimientos… Pudo ver a Patrick y al tabernero, siempre en primera fila, mirándole con la misma expresión vacía, como si no fuesen más que muñecos que representasen a los hombres que había conocido antes. Los miró apenas un segundo, algo más había llamado su atención. Dirigió su mirada hacia las enormes puertas que abrían al acceso al templo, y allí, escondido tras sus hojas, observando a través de un pequeño hueco entre ellas estaba aquel hombre de cabello castaño y tez morena que había encontrado en el bosque. Jack sonrió por la ironía mientras lo miraba, mientras sentía como algo se abría paso por su cuello, sin provocarle dolor, como si le estuviese ocurriendo a otra persona. Siguió observándolo mientras sentía como su sangre surgía poco a poco. Observó su rostro cada vez más horrorizado ante lo que estaba viendo hasta que las tinieblas lo envolvieron. Lo observó hasta que no vio nada más que un profundo color negro.
Te mantiene expectante hasta el final.